Tarde salgo al paso de una pérdida tan irreparable. Pero ahora lo hago tras un par de días echando de menos sus chistes en el periódico. Manuel Rodríguez, ese veterano del dibujo rápido y expresivo de la actualidad jerezana al que todos conocimos como Maro, se nos ha ido con los lápices a otra parte. Y, en el fondo, haber esperado a que la presencia de su féretro no empañara el recuerdo de su socarrona sonrisa bajo el bigote no hace sino seducirme de que no ha hecho más que coger su moto para hacerse unos kilómetros por esas calles en las que encontraba a diario la sustancia para sus chistes.
Nunca tuve con él ninguna prolongada conversación que me lo descubriera lo suficiente como para conocerlo más allá de lo que sus diarias viñetas me dibujaban al respecto de su personalidad. Pero, quizá, fuera suficiente para entender su visión del mundo, sus inquietudes fundamentales, su capacidad de captar la retranca del ciudadano de a pie y... que con Pacheco se las traía. A diario entendí, a través de sus dibujos sencillos pero certeros, que la actualidad es bastante más simple que todo aquello que, nosotros los periodistas, requerimos para escribir lo mismo, justo lo mismo que él resumía con sólo tres trazos.
Una mañana, una de aquellas del final del invierno en el que me carcomía la responsabilidad del Pregón de la Semana Santa que me aguardaría en San Miguel, abrí el periódico y allí que me encontré, a mí mismo, en uno de sus chistes. Allí estaba el abrumado pregonero abrazado al libraco que se convertía en símbolo de la carga que me tocó en suerte en aquel 1999. Allí estaban también los compañeros corriendo desde la redacción para no toparse con uno de mis recitados de prueba buscando un signo de complacencia para poder seguir escribiendo. Allí estaba el alma de Maro, con "¡la leche que mamó!", como dije al verme en el chiste. Ocho años después llegó aquella otra viñeta en la que regresé a la categoría que era precisa para convertirse en personaje suyo. El Pregón de El Puerto me aguardaba entonces.
Ahora se acabó. Me quedé con las ganas de llegar a ser otra cosa, más allá que mero exaltador cofrade, para merecer un chiste distinto. Hubo, sin embargo, mil y una ocasiones para resacirme en historias de otros. O, mejor, en aquellos giños que, escogidos de entre lo noticioso del día, tanto nos retrataban a todos. Maro nos deja. Y semejante orfandad, a fuerza de carecer de sus obras a partir de ahora, la sufrimos ya como si nos hubieran quitado el desayuno para siempre.
Nunca tuve con él ninguna prolongada conversación que me lo descubriera lo suficiente como para conocerlo más allá de lo que sus diarias viñetas me dibujaban al respecto de su personalidad. Pero, quizá, fuera suficiente para entender su visión del mundo, sus inquietudes fundamentales, su capacidad de captar la retranca del ciudadano de a pie y... que con Pacheco se las traía. A diario entendí, a través de sus dibujos sencillos pero certeros, que la actualidad es bastante más simple que todo aquello que, nosotros los periodistas, requerimos para escribir lo mismo, justo lo mismo que él resumía con sólo tres trazos.
Una mañana, una de aquellas del final del invierno en el que me carcomía la responsabilidad del Pregón de la Semana Santa que me aguardaría en San Miguel, abrí el periódico y allí que me encontré, a mí mismo, en uno de sus chistes. Allí estaba el abrumado pregonero abrazado al libraco que se convertía en símbolo de la carga que me tocó en suerte en aquel 1999. Allí estaban también los compañeros corriendo desde la redacción para no toparse con uno de mis recitados de prueba buscando un signo de complacencia para poder seguir escribiendo. Allí estaba el alma de Maro, con "¡la leche que mamó!", como dije al verme en el chiste. Ocho años después llegó aquella otra viñeta en la que regresé a la categoría que era precisa para convertirse en personaje suyo. El Pregón de El Puerto me aguardaba entonces.
Ahora se acabó. Me quedé con las ganas de llegar a ser otra cosa, más allá que mero exaltador cofrade, para merecer un chiste distinto. Hubo, sin embargo, mil y una ocasiones para resacirme en historias de otros. O, mejor, en aquellos giños que, escogidos de entre lo noticioso del día, tanto nos retrataban a todos. Maro nos deja. Y semejante orfandad, a fuerza de carecer de sus obras a partir de ahora, la sufrimos ya como si nos hubieran quitado el desayuno para siempre.
Qué bien lo has dicho... "como si nos hubiesen quitado el desayuno para siempre" No sabe uno lo que tiene hasta que lo pierde o te lo cambian por otro...
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