Acabo de llegar del funeral de Francisco Sambruno García. Y tras escuchar a su hijo Juan Carlos, mi compañero en Cope y gran amigo con el que departir sobre cofradías y sobre tantas otras cosas, llego con una sensación extraña. Se ha agarrado al atril y, como le quedaba bajo, se ha agachado para agradecer, al final de la ceremonia de esta mañana en San Miguel, a cuantos hemos intentado estar cerca de la familia. "Ahora puedo hablar con él a diario, cuando antes iba a casa cuando podía o lo llamaba, pero el teléfono es frío". Algo así ha dicho con un tono cargado de esperanza y de vida.
En el Tanatorio me decía, y ello lo puedo prometer, que el de la Redención, que es paso del que él es capataz cada Jueves Santo, llevará el crespón correspondiente en la próxima Semana Santa y que, aunque no ocultaba de se le hará muy duro, dará sus pasos 'patrás', signo de ese toque trianero y alegre que, en lo puramente costalero, caracteriza sus hechuras cuando va vestido de negro ante el paso, mandando a la cuadrilla. Curioso, ¿verdad? El papel del doliente consolando me ha conmovido en el caso de Juan Carlos Sambruno. Y quienes lo conocen bien me entienden a la perfección.
Quizá por ello me anime a recordar al finado arremangado y con el mandil con el que, tras su mostrador, regentó durante tantísimo tiempo el Bar Pollo. Sí, es él. Hoy en día son más conocidos sus hijos. Quizá más aún los varones: Paco, un histórico ya en Lora Tamayo que es centro educativo en el que ejerce la secretaría así como veterano y ejemplar cofrade volcado hoy en su salesiana Redención, y Juan Carlos, que dibuja ya una fecunda trayectoria en los medios de comunicación. Por ello tantos compañeros, periodistas o con otras funciones, en el funeral del que recién llego.
Pero el popular de siempre, de toda la vida, era el padre. El bueno de Paco, al que tanto se le recuerda en los aledaños de aquella Cruz Vieja eterna y en toda la ciudad a decir verdad. Sus caracoles, los mejores de Jerez durante tanto tiempo, hicieron las delicias de cuantos visitaron ese bar en la esquina de Barja con Pollo, calle esta última de la que tomaba el nombre el establecimiento. La universalidad de aquel manjar fue una realidad que llevó al cielo del buen gusto a cuantos se escapaban de sus ocupaciones cotidianas para ser recibido por quien se nos acaba de ir.
Será ahora, digo yo, el Cielo, con mayúsculas, el que se queda con esos deliciosos caracoles. El Padre se llevó estos días los abrazos de Manolito Mesa y los chistes de Maro, que eran cotidianas expresiones que venían demostrando la existencia de Dios. Ahora toca llevarse al bueno de Paco y, aunque sus hijos son dignísimos herederos de los muchos valores del finado, lo cierto es que su ausencia ya se nota entre nosotros. Descanse en paz.
En el Tanatorio me decía, y ello lo puedo prometer, que el de la Redención, que es paso del que él es capataz cada Jueves Santo, llevará el crespón correspondiente en la próxima Semana Santa y que, aunque no ocultaba de se le hará muy duro, dará sus pasos 'patrás', signo de ese toque trianero y alegre que, en lo puramente costalero, caracteriza sus hechuras cuando va vestido de negro ante el paso, mandando a la cuadrilla. Curioso, ¿verdad? El papel del doliente consolando me ha conmovido en el caso de Juan Carlos Sambruno. Y quienes lo conocen bien me entienden a la perfección.
Quizá por ello me anime a recordar al finado arremangado y con el mandil con el que, tras su mostrador, regentó durante tantísimo tiempo el Bar Pollo. Sí, es él. Hoy en día son más conocidos sus hijos. Quizá más aún los varones: Paco, un histórico ya en Lora Tamayo que es centro educativo en el que ejerce la secretaría así como veterano y ejemplar cofrade volcado hoy en su salesiana Redención, y Juan Carlos, que dibuja ya una fecunda trayectoria en los medios de comunicación. Por ello tantos compañeros, periodistas o con otras funciones, en el funeral del que recién llego.
Pero el popular de siempre, de toda la vida, era el padre. El bueno de Paco, al que tanto se le recuerda en los aledaños de aquella Cruz Vieja eterna y en toda la ciudad a decir verdad. Sus caracoles, los mejores de Jerez durante tanto tiempo, hicieron las delicias de cuantos visitaron ese bar en la esquina de Barja con Pollo, calle esta última de la que tomaba el nombre el establecimiento. La universalidad de aquel manjar fue una realidad que llevó al cielo del buen gusto a cuantos se escapaban de sus ocupaciones cotidianas para ser recibido por quien se nos acaba de ir.
Será ahora, digo yo, el Cielo, con mayúsculas, el que se queda con esos deliciosos caracoles. El Padre se llevó estos días los abrazos de Manolito Mesa y los chistes de Maro, que eran cotidianas expresiones que venían demostrando la existencia de Dios. Ahora toca llevarse al bueno de Paco y, aunque sus hijos son dignísimos herederos de los muchos valores del finado, lo cierto es que su ausencia ya se nota entre nosotros. Descanse en paz.
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