Se dirigió a los atenienses en el famoso discurso del Areópago y lo hizo, conocedor de aquellos otros dioses que aquellos veían en sus esculturas, pero con la convicción de una fe que le dio la oportunidad de no callarse ante una sociedad que no le pondría a San Pablo las cosas más fáciles que hace con nosotros la actual. Dejó escrito un espléndido Himno a la Caridad que debería ser leído a diario en las hermandades para que sigan en el camino. Pero también para que las acciones que se realicen no lleguen "como bronce que suena o címbalo que retiñe". Ni jactanciosa ni engreída ni interesada ni irritada ni tomando cuentas del mal... Nada de eso es caridad. Y se dirigió a Timoteo con satisfacción por la fe sincera del receptor de la epístola. "Para mí predicar el Evangelio no es ningún motivo de gloria, sino un deber que me incumbe", diría. "¡Ay de mí si no predico el evangelio!" añadiría. Y habló de la fe en recipientes de barro -débiles como nosotros- como muestra de que es una fuerza de Dios. Ejemplo para los cofrades, el de Tarso tuvo reaños y sintió, en el Padre, el respaldo que necesitaba. Creo comunidades (¿cofradías?) por el Mediterráneo (¿nuestros barrios?) y todo ello predicando "a un Cristo crucificado, escándalo para los judios, locura para los gentiles". ¿Nos suena? Buena Semana Paulina ésta que comienza para que, tampoco los cofrades, olvidemos a aquél del que se cumple ahora su bimilenario.
(La Voz, 18-01-09)
(La Voz, 18-01-09)
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