Foto de Juan Carlos Corchado |
Llegan a la ciudad con las mismas ganas de pasarlo bien que ellos y no necesitan que sea un chico el que conduzca la moto de gran cilindrada para ello. Buscan en la velocidad las mismas sensaciones y encuentran entre ellas mismas una complicidad especial que, pese a todo, no las aparta de la camaradería general entre moteros. Pero siguen siendo un mirlo blanco.
Mónica Fernández es una joven cántabra que apenas lleva un año montando en moto. Pero ya ha descubierto lo suficiente para saber que hace tiempo que debió intentarlo: «Cuanto más montas más te gusta», afirma con una rotundidad que ni los kilómetros de carretera realizados acallan. «La adrenalina que sientes no te la da ninguna otra cosa», añade.
Más prudentes
En esta vecina de Reinosa, sin embargo, se demuestra el dicho que atribuye a la mujer una generalizada prudencia mayor de la que aplica el hombre de suyo. «Conducir la moto es muy peligroso, hay que ir con todos los sentidos», explica creyendo necesario que también los conductores de automóviles con los que coinciden en carretera entiendan que «nosotros somos nuestro chasis».
Ha llegado a Jerez con un único compañero de viaje, sin grupo amplio como otros muchos que acuden al Gran Premio, pero «eso no es un problema porque en el mundo de la moto se hacen amigos con mucha facilidad, la gente es muy abierta, muy maja», dice negando que los moteros sean «todo lo agresivos que dicen que somos, todo lo contrario, la gente es un encanto».
Mónica reconoce que, en todo el camino hacia Jerez desde tierras cántabras, tan sólo encontró una mujer motera. «Seguimos siendo muy pocas, es un mundo todavía muy machista», dice mientras Toñi Racero, que llega desde Grazalema, sabe de ello desde 1995. «Mi marido y yo tenemos para escribir un libro», explica encantada pese a los accidentes que nos cuenta. «Nos gusta este ambiente, somos apasionados de la moto».
Los premios de Montmeló y Cheste o la tradicional concentración motera de Pingüinos (en Valladolid) saben de la participación de esta motera serrana acostumbrada «a la montaña y sus curvitas, no soy de un paseito y para casa». También ella reconoce, sin embargo, que son pocas las que dan el paso. Entre ellas está la sevillana Rocío Luna: «Yo he tenido motos de 250, de 500 y ahora tengo ésta».
Una Ducati de 1.100 centímetros cúbicos, con 25.000 kilómetros, demuestra, aparcada en la avenida Álvaro Domecq, que estamos ante una consumada motera. Ella tiene aún más recorrido. De hecho, para el callejeo diario, cuenta con una scooter de 500. «Tengo más de 50.000 kilómetros», reconoce orgullosa. Y no queda ahí su alarde, aunque: «No me he caído nunca», asegura.
Con carácter
Estando Sevilla tan cerca es la primera vez que viene al Gran Premio en Jerez aunque tiene un largo historial que la ha llevado en moto por toda la península Ibérica. Son siete las motos que llegan juntas en un grupo en el que ellos parecen saber encajar que Rocío es la referencia a tener en cuenta. Un rato con ellos es como un sociograma que evidencia su carácter, su capacidad de liderazgo.
Desde Madrid, Raquel Jurado ha realizado un viaje «maravilloso, ha sido un día muy bueno». Su experiencia con moto arranca pronto: «Empecé a los 14 años, ya entonces tenía una scooter, siempre me han gustado». Ella, sin embargo, hace muchos menos kilómetros que Rocío, a cuyo grupo pertenece. También es primeriza en el Gran Premio jerezano. «El ambiente es fantástico», reconoce.
Son punta de lanza de un desplazamiento desde el sillón de atrás hacia el mando de las máquinas que hoy en día conducen. Otras fueron directamente al manillar sin apenas experiencia de paquete. Pero siguen siendo excepción entre los hombres aunque cada vez extraña menos encontrar a chicas como ellas al frente de motocicletas como las que estos días se ven en Jerez.
(La Voz, 3-Abril-2011)
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