Foto de Juan Carlos Corchado |
La banda abría una comitiva que, aún con cosas por pulir y evidenciando el recorte en el presupuesto -las circunstancias mandan-, superó con cierto desparpajo las carencias obvias. Las carrozas comenzaban proponiendo a Neptuno con un tridente, leve sugerencia marinera atenuada a tiempo por unas botellas de vino entre el atrezzo de aquella tras la que se alternarían las tres de las damas del Carnaval -todas ellas jerezaneando en la proa con una venencia al revés, al estilo del conocido monumento- con otras más personales y disparatadas. Deleite de los amantes de una estética de acusadas sensaciones grotescas. Así es el carnaval según una ciudad ante el espejo vecino.
La gracia propuesta por la 'infantería' de la cabalgata terminaba siendo más llegadiza para un público. Agrupaciones y charangas, convertidos sus miembros en figurantes espléndidos en su entrega -consistente al fin y al cabo en pasárselo bien- centraron la atención de la gente. 'Pinochos', 'gepettos' y 'pepitos grillo' se reunían para proponer la letrilla de un pulpo Paul -el adivino del Mundial- eligiendo entre Pilar Sánchez y Pacheco. Más atrás, un rebaño ironizaba, con obediencia de borregos bajo las indicaciones del jefe de la manada, sobre la sociedad actual. Evolucionaban con la banda sonora del Himno de Andalucía. Como si no hubiera sido pura coincidencia la fecha.
Personajes de todo tipo
Soldados napoleónicos y otros uniformados de diversa índole tanto militar como policial, profesional y religiosa completaban la vistosidad que los integrantes a pie de una cabalgata casi con tanto ambiente dentro como fuera de sus filas brindaban. Mientras tanto, de las carrozas brotaban peinetas, racimos y dioses del vino. Era ambiente desordenado y alegre, y tan seguido por el público que lo que faltara en su composición, a la salida de Viguetas Castilla, quizá se fuera encontrando fuera. Daban igual los recortes presupuestarios porque, a decir verdad, quienes salieron a la calle lo hicieron con evidentes ganas de pasarlo bien.
No creo que se acordaran del paro de la ciudad, al menos durante el par de horas largo que duró la cabalgata, quienes se subieron a su carroza encarnando a los buscavidas que, por unas perras, sacan a los toreros a hombros por la puerta grande. Convirtieron en muñecos cargados a hombros a lo más granado del escalafón. Hasta se les coló Paquirrín. Y niños, críos disfrazados por todas partes para esperanzas de los impulsores del Carnaval de Jerez que sueñan con encontrar futuros consumidores de la fiesta menos vergonzosos que los padres. Ayer parecían camino de un porvenir más venturoso al que quizá ayude la crisis que es preciso olvidar durante un ratito.
Hubo amago de prolongarlo y cierto éxito en el empeño. Así, a medida que se iba diluyendo la formación de la cabalgata en la plaza del Arenal, con carrozas camino de calle Armas y descabalgados participantes mezclados con los figurantes y todos con el público ya abundante en el centro, una amalgama de personas, disfrazadas o no, se propusieron no dejar escapar la oportunidad de seguir disfrutando. Conclusión: aun en los márgenes prudentes de lo que pudiera esperarse, la estampa del centro tomada por personajes de todo tipo, entre letrillas satíricas y ganas de cachondeo, resultó saludable bálsamo para todos.
(La Voz, 1-Marzo-2011)
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