lunes, 13 de septiembre de 2010

La herencia social de las bodegas

José María Gaitero en San Ginés de la Jara
El Jerez castizo de los patios de vecinos, el de las casas populares que apenas ofrecían un par de habitaciones para toda una familia numerosa y un baño de cinc para el aseo de todos, comenzaba a encontrar el camino del pisito cuando, a finales de los 50 y primerísimos 60, la principal industria de la zona, con más de 7.500 empleados en todo el Marco, se preparaba para realizar una aportación histórica.
Las muchas y fuertes empresas vinateras de entonces, ya fuera por la protección paternalista hacia sus plantillas de empleados o por las desgravaciones que les reportase, acometieron, hace ahora medio siglo, la iniciativa de promover viviendas sociales que, confundidas hoy con el resto de la geografía residencial de una ciudad más variopinta, se convierten en la otra herencia inmobiliaria de las bodegas.
Mientras los cascos vinateros decimonónicos -'catedrales del vino' los llaman documentales de nuevo cuño- hace tiempo que se transforman en dependencias municipales (Delegación de la Juventud), instalaciones hoteleras (Los Jándalos), viviendas 'lofts' (Puerta de Rota) o edificios expositivos (Museo de la Navidad), aquella otra labor arquitéctonica sigue manteniendo su 'solera': muchos jubilados habitan aún aquellos pisos.
No todas aquellas promociones corrieron directamente a cargo de las bodegas. De hecho, de lo que se cumplen 50 años es de la iniciativa de una primera barriada coordinada por el sindicato vertical franquista: el Pago de la Serrana. Para ello se constituyó, con aportaciones bodegueras, la inmobiliaria Darsa Jerezana S. L. De su mano se construyeron 900 viviendas en tres primeras promociones, sumando a la primera Eduardo Delage (1966) y San Ginés de la Jara (1972).
El conflicto de Darsa
Veinte años después, la controversia por la vinculación del contrato de la vivienda al contrato laboral terminaría convirtiendo aquella intención social en conflicto. De hecho, uno de los flecos de la explosiva huelga de la vid de 1991 fue, junto a la extinción del Montepío de San Ginés de la Jara al que se pegaba cerrojazo perdiendo los trabajadores las cotizaciones que habían realizado durante años, este asunto de las viviendas de Darsa.
Aún se recuerda a las mujeres encerradas en bodegas como Sandeman. Hoy en día son venerables abuelas que recuerdan no sólo los sucesos de dos décadas atrás sino también cuando, otros 20 años antes, recibían al ministro de Relaciones Sindicales, Enrique García-Ramal Cellalbo, para la inauguración de la barriada que llevaba el nombre del santo patrón de un sector que pareciera abandonado a su suerte mucho tiempo después.
José María Gaitero, trabajador de bodega y activo sindicalista del sector, es hoy un setentón entrañable que recuerda cómo «ambas cosas jugaban un papel importante unido a que era un sector muy amplio en aquellos tiempos». Se refiere al concilio de paternalismo e interés tributario que impulsaría semejante labor social. Era joven recién casado cuando estrenaba el pisito que aún hoy ocupa en la plaza Jupiter, en San Ginés de la Jara.
«Hacía falta mucha vivienda en Jerez y la llegada de los años 60 trajo este boom de viviendas sociales», evoca. Y continúa: «Eran viviendas en alquiler, pero tenían el agravante de que su derecho a uso estaba vinculado al contrato de trabajo». Los casos concretos, con nombres y apellidos, fluyen en su memoria: «Llegó a darse en caso, en el Pago de la Serrana, de un trabajador de Williams & Humbert que fue despedido de la bodega y, consecuentemente, también fue echado de la vivienda».
Para entonces, la cosa había cambiado desde los tiempos de la Obra Sindical del Hogar (del sindicalismo vertical) a los primeros tiempos de una Democracia que se acompañó de un sindicalismo reivindicativo y poco complaciente. «Aquello explosionó y nos hizo mantener una guerra durante bastantes años, hasta que conseguimos la propiedad». Sea por ese tranquilizador logro, por el tiempo ya transcurrido o por la edad de informador, el tono se hace entrañable.
Junto a las tres barriadas realizadas por Darsa Jerezana, con aportaciones de bodegas como González Byass, Domecq o las propias de la incipiente división de vinos de Jerez del grupo Rumasa, surgieron otras impulsadas por la Diputación y repartidas a cada sindicato aunque con amplia presencia de plantillas bodegueras. Es el caso de la barriada de La Alegría, en la cuesta de La Alcubilla, o, en San Benito, los bloques existentes entre la avenida Álvarez Beigbeder y la carretera de Circunvalación.
Otras fueron de iniciativa bodeguera individual. La recordada compañía del 'La Ina', por ejemplo, construyó dos núcleos de viviendas cercanos entre sí: las existentes en la Calzada del Arroyo y la denominada Barriada Domecq, más allá de la ermita de Guía. Por su parte, Zoilo Ruiz-Mateos S. A. construiría la de San Zoilo, entre los centros educativos Lora Tamayo e Isabel la Católica, muy cerca de Icovesa, y la del Perpetuo Socorro, en una esquina del actual parque de La Plata.
Salir de la precariedad
«Aquello dio respuesta a una demanda muy grande que había en Jerez de vivienda», dice un José María Gaitero (con inicios sindicalistas en USO y liderazgo incuestionable en el Sindicato de la Vid de CC. OO. en los años 80 y 90) más apartado ahora del recuerdo de los problemas generados por aquella paridad entre los contratos laboral y de la vivienda con repercusión aún en el conflicto de 1991.
Con todo, vuelve a la memoria la actividad sindicalista. Aunque sólo sea para enmarcar los mensajes que hacían presente aquella histórica necesidad de vivienda: «Yo recuerdo que, en el año 65 o 66, la primera manifestación del Primero de Mayo que se celebró en la provincia de Cádiz, en El Puerto de Santa María (que también tuvo una promoción de viviendas de este tipo), la abría una pancarta que decía 'Salario y vivenda justas', la de la vivienda era una reivindicación muy popular puesta entonces al nivel de la del salario digno».
Hoy en día, la dignidad se reviste, por medio del Plan E y otros o la simple iniciativa de los propios vecinos, de mejoras en enfoscados o pintura y otros arreglos necesarios con el paso del tiempo. Por dentro, «son viviendas ocupadas hoy en día, en su mayoría, por pensionistas; otros muchos las han vendido ya y se ha disgregado mucho esa originaria masa laboral de la vid», explica Gaitero añadiendo que, con todo, «siguen siendo ocupadas por familias con poder adquisitivo bajo». Para ello nacieron al fin y al cabo.
(La Voz, 13-Septiembre-2010)

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