«Nuestra misión es ser luz en medio de las tinieblas». Pero quien, ajeno a semejantes convicciones cristianas, escucha el porqué hacer miles de kilómetros hacia lo desconocido, y sólo con billete de ida, sigue sin entender la razón verdadera que pueda llevar a una pareja joven, con su vida resuelta aquí en su tierra y con niños en edad escolar, a hacer las maletas de este modo.
El Camino Neocatecumenal, movimiento católico que sabe bien del compromiso con su fe de aquellos en los que prosigue la herencia de una labor exigente y fresca nacida del Concilio Vaticano II, los ha tenido formándose en comunidades parroquiales de San Marcos y San Juan de Ávila, en Jerez, y de Nuestra Señora de la O, en Chipiona. Y tres o cuatro lustros después salen al mundo.
Durante ese tiempo en el seno de este itinerario formativo, los padres han fortalecido sus convicciones y los hijos, de cortísima edad en algunos casos, se inician en un compromiso que conocen por la única vía por la que críos tan tiernos pueden hacerlo, la del testimonio. En Bangkog, Novosibirsk, Amberes o Montreal realizarán una labor por la que más que hacer no tendrán más que ser.
No son emigrantes
«Formar un núcleo cristiano, una luz donde ya no la hay», explica Jesús Rodríguez, quien con su esposa Rosario Franco y un hijo de 20 años que lleva el nombre de su padre serán quienes menos kilómetros realicen de entre ellos. Así lo ha decidido un sorteo de destinos. En Bélgica apoyarán la labor de una parroquia que se queda sin seglares comprometidos en medio de la Europa secularizada.
El hijo, sin embargo, podía haber considerado otros planes, máxime con sus estudios de auxiliar de enfermería recién terminados y todo un futuro por delante para no perderse otras cosas en la vida. «Pero él lo tiene muy claro», señala Jesús mientras el joven asiente. El padre no duda en abrir de par en par la alacena de unas convicciones que ellos se niegan a que la sociedad les imponga tener guardadas.
«El Señor ha hecho grandes cosas en nuestra vida, ha restaurado nuestro matrimonio y la voluntad de Dios es que trabajemos allí», sentencia con una seguridad que tiene poco que ver con las dificultades que el mundo plantea a diario. Pero aclara, este taxista jerezano que aún no sabe a qué se dedicará en la ciudad belga de Amberes, que no son emigrantes y que «eso es lo de menos».
Más allá de una mera locura
Más distancia aguarda a Gonzalo Guillén Monje. Él, su esposa María Barbero, que está embarazada de su cuarto hijo, y los restantes miembros de la familia, son miembros, como los Rodríguez Franco, de las comunidades parroquiales de San Marcos. Pero en este otro caso prevalece la condición de profesor de ruso de Gonzalo para que, más allá del sorteo, estuviera más que claro que su destino estaría allá donde más útil resultara su misión.
Guillén entra en las explicaciones de las motivaciones para irse con su familia a Novosibirsk, la capital de Siberia Occidental, del siguiente modo: «Esto es una llamada, una inquietud que va creciendo hasta que llega un momento, elegido por el Señor, en el que tenemos todas las garantías», explica dejando sentado que «esto no es una locura».
Ello no quiere decir que sea fácil y, de hecho, parece que todo pasa por fiarse de ese Señor que ellos tienen permanentemente en su boca. Más aún en estos días en los que han de dar cuenta de esta aventura en ciernes a sus allegados, primero, y a los muchos curiosos que siguen sin explicárselo, después. Pero ya tienen casa y colegio para los niños que, en este caso, no sobrepasan los 4 años.
Pero ni siquiera que estemos hablando de un profesor de ruso que va a Siberia ofrece una visión más pragmática, más utilitarista, de la presencia de los Guillén Barbero en Novosibirsk. «Nuestra misión allí es estar, simplemente», dice. Y en esta ocasión sabrá que hay lugares aún más alejados de Moscú y San Petesburgo, que son las ciudades en las que, por razones profesionales y formativas ya había pasado.
«La sociedad rusa ha perdido sus valores tradicionales», explica Gonzalo entrando en detalles de la cantidad de separaciones matrimoniales o la grave presencia de lacras que, como el alcoholismo, tanto se ha generalizado en el país. La Catedral de la Transfiguración les espera con los brazos abiertos. No en balde la Iglesia Católica necesita, aún en estos momentos, de la misión para poder mantener su labor.
Ya tienen arreglados los papeles para acceder al país eslavo y, de hecho, ellos serán de los que lleguen a Roma, para recibir el envío del Papa, tras haberse establecido previamente en territorio de misión. Los papeles que no hacen falta para marcharse son los correspondientes a un compromiso que se asume directamente con las creencias propias, en conciencia. «Esto se hace voluntariamente, no hay ningún contrato firmado y en teoría te puedes venir de la misión cuando quieras», añade.
La integración de los niños
Lo cierto es que no el mucho fundamento en la decisión que se esgrime es capaz de disuadir a terceras personas de la conveniencia de que niños como los que tienen Gonzalo y María (4, 3 y 1 añitos y la madre embarazada) participen de la experiencia. «No falta quien nos diga que por qué no nos vamos el matrimonio y dejamos a los niños en Jerez», explica alegando que, en realidad, son ellos los que, por la vía de una mejor y más fácil integración, harán la misión.
«Los adultos tenemos ya unos esquemas hechos mientras los niños son los que entran en el país aprendiendo el idioma, haciendo amigos. Esa misma opinión tiene Romina Pérez: «Es sistema educativo es bueno». Ella es maestra de inglés, que es la llave que abre la puerta a un país en el que no se puede entrar si no se va con trabajo. «Necesitan maestros de inglés y con esa premisa vamos», señala insistiendo pronto en que «lo importante es dejarlo todo y abandonarnos en manos de Dios». El desenraizamiento que supone cambiar nuestra tierra por Thailandia tiene, desde luego, mucho de abandono. No temen al cambio cultural, gastronómico o de idioma y, de hecho, ya han encontrado en Chipiona quien les dé unas primeras clases de thailandés.
Pedro Villagrán, por su parte, es un empresario con actividad consolidada. Con su familia se marchará a Canadá siguiendo una llamada que aseguran recibida en el Encuentro Mundial de las Familias que tuvo lugar en Valencia en 2006. Pedro y Ángeles son los que más hijos llevan consigo. Son cinco y, desde la edad de los pañales hasta la adolescencia, trasladarán a Montreal un fondo pleno muy incomprendido pero pleno de certezas propias.
(La Voz, 20-Septiembre-2010)
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