Rafael Monje en su vivienda de San Zoilo |
Aún quedan algunos Monje en la calle Nueva. Pero hace ya tres décadas que Rafael, su esposa Enriqueta y los hijos mayores -tres de los cuatro que tiene en la actualidad- dejaron el modo de vida que conocían en el corral de la casa en la que, junto a su hermano Agustín, hizo cuatro habitaciones para las dos familias.
Algo jugaba en su favor: era empleado de la empresa Zoilo Ruiz-Mateos S. A., primero de viñas y, más tarde, como jardinero de sus instalaciones bodegueras, primero, y como guarda, después. Tuvo la extraña fortuna, por enfermedad familiar, de encontrar en una visita del médico de la empresa la ocasión de acceder a mejor casa.
El doctor Rafael Ruiz-Mateos acudió a visitar al enfermo en la casa de vecinos del corazón de Santiago y encontrar unas condiciones de vida mejorables. Ello y los primeros pasos que daba la primera bodega de la futura división de vinos de Rumasa en la construcción de las viviendas sociales de San Zoilo jugaba a su favor.
«Poníamos un baño de cinc en el centro de la habitación y había que echar a la calle a todo el mundo mientras nos bañábamos uno de nosotros», explica con gracia Rafael Monje, quien a los 71 años sigue en aquel pisito de San Zoilo. Bueno, realmente en otro que adquirió tras vender el suyo para poder irse a un bajo.
Pero nunca ha vuelto a salir de ese grupo de viviendas de la calle Vino Fino. Era el año 1972 cuando hizo la mudanza. «Me tocó la lotería», recuerda. Fue así, realmente fue agraciado ese invierno en el Sorteo de Navidad. Pero el dinero le duró mucho menos que aquella otra suerte que tuvo hace 38 años.
«Aquí tuvimos, por primera vez, una cama para cada uno y un cuarto de baño», explica detallando cómo desapareciendo para siempre el sufrido baño de cinc. Otras comodidades, sin embargo, ya las llevaban los Monje-Junquera: «Yo ya traía frigorífico y mi tresillo, que algunos aún tardaron quince años en tenerlos».
Una botella de 'Duque de Alba' recuerda en su salón a la empresa que le dio vivienda. Otra de 'Renacimiento', a Garvey. La expropiación de Rumasa lo sacó de una y lo llevó a la otra para terminar dejándolo en casa. Allí sigue, disfrutando de los recuerdos así como de una vivienda que es fruto de una empresa dispuesta a echar un cable a sus trabajadores.
(La Voz, 13-Septiembre-2010)
No hay comentarios:
Publicar un comentario