martes, 14 de septiembre de 2010

Dos décadas después de los encierros de las mujeres de Darsa

Un puñado de mujeres, verdaderamente hartas ya de la situación por la que el pago de un alquiler durante alrededor de veinte años no les había garantizado la propiedad futura de las viviendas que ocupaban, se echó a la calle, primero, y al interior de las bodegas, más tarde, en encierros históricos que aún recuerdan los jerezanos por su repercusión.
Ellas se convirtieron, allá por el año 1991, en singular vanguardia de una lucha que luego, mezclada con otras quejas de los trabajadores del sector -que iniciaba su declive- como la desaparición que se preveía del Montepío de San Ginés de la Jara, estallaría de modo notorio saltando, incluso, a los informativos y periódicos nacionales.
Eran días de camiones volcados en la Puerta de Rota o de aljibes que -se dice- pudieron llegar a ser envenenados en las viñas. En la ciudad no faltaban las casetas instaladas en las puertas de los centros laborales vinateros para organizar, como medida de presión, obstáculos que impidieran la entrada de la uva recién vendimiada.
Aparatos de intercomunicación, que -se aseguraba- eran prestados por el propio Ayuntamiento y que servían para la comunicación de una huelga preparada para mantenerse en el tiempo, se dieron la mano con una intensa acción sindical en medio de una crispación generalizada extraordinariamente por toda la ciudad.
En medio de ese escenario, aún se recuerdan los encierros y otras medidas de presión adoptadas por aquellas esposas de los trabajadores de la vid y vecinas de las barriadas que construyó Darsa Jerezana. Eran, especialmente, las de la barriada de San Ginés de la Jara, pero también de las otras promovidas por esta inmobiliaria (Pago de la Serrana y Eduardo Delage).
Entre esas actuaciones, José María Gaitero recuerda, con el velo atemperador que proporciona la nostalgia del tiempo pasado, la crudeza del encierro en la antigua bodega de Sandeman, en la calle Pizarro. Los periodistas no olvidan cómo era preciso hablar a través de las rejas o la mirilla, según la puerta que fuera, para poder entrevistarlas.
El viejo sindicalista recuerda más a 'El alemán', como llamaban con enquina a Jorge Mundt, director de la bodega y, según recuerda, alguien que se lo puso extraordinariamente difícil a las mujeres encerradas para poder sobrevivir con cierta comodidad en las instalaciones ocupadas para luchar por la propiedad de sus viviendas.
No fue fácil vivir en las instalaciones de Sandeman. Pero terminarían consiguiendo la propiedad cuando, pasado ese crudo 1991, al año siguiente rubricaban las escrituras como colofón a una lucha en la que no se salvaron las cotizaciones en el Montepío ni, tras ello, levantó cabeza el sector. Eso sí, hoy en día reposan su vejez sintiéndose dueños de sus días y de la morada que los cobija.
(La Voz, 13-Septiembre-2010)

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