domingo, 8 de febrero de 2009

Penas que no se deben restaurar


El Barroco nos hizo el incomparable regalo que cada año representa, con tan espectacular resultado, la Pasión de Cristo por medio de las más esperadas trazas escénicas sobre nuestros pasos de Semana Santa. No todo nos ha sido heredado desde ese momento artístico que de modo tan encomiable provoca nuestro delirio de cofrades que encarnamos nuestra devoción en una imagen concreta o de meros admiradores de semejantes obras de arte. Pero ese espíritu barroco se quedó por siempre a vivir entre nosotros. Desde luego que sí. Estamos a punto de descubrir, será mañana lunes en la iglesia de San Mateo, el resultado de una restauración en cuyos trabajos ya ha podido lucirse Agustín Pina. Que es el Señor de mi hermano Mateo, que es Jesús mismo para zuritas, sotos, bocarandos, bohórquez, ojedas o padillas, que se trata de la imagen de expresión más sorprendentemente acongojante, de ojos más inexplicablemente expresivos y, válgame tanta grandeza de aquellas maderas del arte que pregonara Enrique Víctor de Mora, el Señor de espalda más dolorosamente admirada por todos. Ya le vale al bueno de Agustín en cuyas manos fue depositada la bendita imagen hace ya seis meses. Ya nos vale a todos que esa honda a la vez que serena pena que procesiona desde siempre cada Martes Santo no haya sido restaurada, no haya desaparecido de tan prodigiosa imagen. Este fin de semana me preparo para el encuentro con el sedente de la peña. Y, vive Dios, que aguardo con expectacion el resultado. En sus manos enlazadas con humana insuficiencia comienzo a soñar reflejadas mis penas cotidianas de nuevo. Que las suyas son aun mayores. A poco más de un par de semanas del inicio de la Cuaresma su llegada es el anuncio de los días de nuestro despliegue cofradiero, tan lleno siempre de saludable satisfacción, de vitalista alegría por situarnos enmedio de tantos estímulos deseados. Pero, también para nosotros, que no nos lleguen esos días tan cercanos ya, como anhelamos en el Señor de las Penas, endulzándonos en exceso la sobria vivencia de una Cuaresma cruzada sin eliminar los signos del desierto que representa en vísperas del oasis de la Pascua. Que tampoco nos restauren las penas. Al menos hasta entonces.

(La Voz, 08-02-09)

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