El nervio vago reacciona cuando llega la ocasión. Es respuesta cerebral de origen homínido que nos permite identificarnos unos a otros de modo prácticamente inconsciente y, por lo tanto, sintiendo con el otro que aquello que encontremos en común sugiere parentesco no imprescindible realmente para que asome la deseable compasión. Y si no lo conocemos de nada siempre se viste de decisión inmediata sobre si nos cae bien o no. Empatía, lo llaman.
La hormona que se genera en ese proceso se llama oxitocina y, a la vista está, es clave para las relaciones interpersonales más allá, porque la primera impresión es importante siempre, de lo que el entendimiento disponga más tarde. No es bueno hacerse ilusiones baladíes pero... y si todo aquello que nos asquea del mundo no se debe expresamente al irregular reparto de recursos que origina el hambre, la lucha por el control del petroleo o las guerras tribales?
En las distancias cortas podemos encontrarnos o desencontrarnos en esas diferencias ideológicas que enfrentan a las personas en el terreno político o religioso. O en la convivencia familiar, laboral y vecinal encontramos a diario los signos visibles de aquello a lo que la carencia de la mencionada hormona nos puede conducir. Oxitocina nos debe faltar cuando la discusión se agría, en redes sociales por ejemplo, cuando toca debatir los temas más candentes.
Oxitocina para todos, que el hombre (siii, la mujer también) lleva miles de años aquí y algún día deberíamos terminar aprendiéndonos la copla de aquello que es tan consustancial a la situación hacia la que la evolución nos ha traído tanto tiempo después. Mensaje para quienes se lo preguntan en este momento: sí, todo viene por un bonito documental de La 2 que acabo de zamparme. Y a todos, a segregar esa cosa que nos permita ser un poco más felices.
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