Todo ello, y también la necesidad de cargar con sombrilla y sillas o con nevera y otros pertrechos (atrás queda la estampa de nuestros padres como porteadores serpas con esa sandía a los hombros antes de quedar enterrada en la arena y con la pesadez de esos niños que éramos entonces) explican porqué un buen amigo como Javier Fernández Martos (en la foto) me dice aquello de "es mi martirio de cada verano, no lo veo nada bueno". Y hasta soy comprensivo y me reprimo de afirmar que lo ha probado poco. O te lo dije, fratello?
Mi amigo me va dejando en sus frases, con seco gracejo rondeño que exhala de modo inmisericorde cuando mi provocación aparece, algo que estoy seguro tiene presencia en la mente de todos. Que nos hemos vuelto comodones. Y prometo que es cierto que mientras leo y respondo en redes sociales al entrañable contertulio estoy escuchando 'La playa'. La Oreja de Van Gogh me cuenta una bonita historia desarrollada tiempo ha sobre la arena de una de ellas. Ves, Javier. La playa es fundamental en nuestra vida.
Y luego están las puestas de sol sobre el Cabo de Roche y las carreras de caballos de Sanlúcar y las barbacoas del Carranza y la pesca de mi yerno y sus amigos en las noches roteñas... En fin. Un verano sin playa es como unas vacaciones sin sentido. Sobre todo si conseguimos hacer en ella algo más que tostarnos vuelta y vuelta. La cuestión, como casi siempre, es encontrar en ella, querido amigo Fernández Martos, ese tesoro cuyo plano no nos llegará sobre las olas dentro de una botella. O quizá sí, nunca se sabe!
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