Varias decenas de 'me gusta' no me liberan de la atención a los pocos casos en los que alguien me ha afeado la publicación de las fotos ya difunto del Hermano Adrián del Cerro. Pero quizá se les pase que fueron muchas las del recién desaparecido religioso hospitalario que he publicado también en estampas preciosas en las que repartía su bonhomía.
O quizá tampoco se esté contemplando que estamos hablando de un verdadero santo cuya entrega se ha agradecido también mientras se le apreciaba en esa imagen ofrecida en el féretro expuesto en la capilla ardiente instalada en el Santuario San Juan Grande. El caso es que lo único importante es el perfil humano y religioso que, con las palabras o las fotografías, hemos exaltado.
Y, con todo, no he querido desaprovechar, una vez han pasado ya unos días de esa despedida a quien durante más de cincuenta años se entregó en Jerez por los más desfavorecidos, para subrayar una prestación más que este menudo servidor de Dios tiene para nosotros. Sin ir más lejos, Juan de Dios y Juan Grande, los dos grandes santos que la Orden Hospitalaria tiene en los altares, abrazaron directamente a la muerte en mil ocasiones en las que la atención a los necesitados alcanzó esa bendita desmesura.
Cuando a alguno le tiembla de ese modo la sensibilidad ante la imagen plácida de un bendito del Señor recién muerto tras vaciarse por los demás quizá nos toque revisar nuestro nivel de compromiso con las personas y con el mundo. Y si nuestros informativos se llenan a diario de los fallecidos en las guerras o nos zampamos otras muchas estampas de la crudeza que el género humano sufre... cuál es la razón de ese sufrimiento que alguno siente al ver al Hermano Adrián recostado para el viaje último?
Por cierto, a los que tienen el detalle no tanto de afear la publicación per se sino de considerar que no era necesaria la aparición de las fotos, les propongo el reto de hacer la lista de entradas, frases y consideraciones tan innecesarias o más que esas imágenes que encontramos a diario en Facebook, Twitter y otros lugares. Si hemos superado los tabús del sexo, del mal uso del lenguaje o de la agresión a los demás con infamias y demás zarandajas... qué nos pasa, llegados ya al siglo XXI, con el tabú de la muerte?
Hermano Adrián, ahora que estás cerca del Dios al que serviste en vida a través de tu entrega a los enfermos y pobres, ruégale por todos nosotros, por nuestras muchas debilidades y también por nuestras insufribles intolerancias!
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