Este año bastará con cuatro sacos de almendras, 30 de harina y 20 de manteca. En el convento de Santa María de Gracia, popularmente conocido como Santa Rita por la ancestral devoción que lo llena cada lunes, han echado cuentas y han decidido evitar los excedentes en su producción repostera. En estas fechas, 2009 brindaba a las religiosas agustinas que rigen este monasterio la esperanza de vender unos dulces que, pese a una previsión de descenso contemplada con respecto al año anterior, no pudieron evitar tener que regalar el sobrante al vecino Comedor del Salvador. Este año, las religiosas se doblegan a la realidad de la crisis: las economías domésticas recortan aún más los pedidos.
«Otros años hemos comprado hasta siete sacos de almendras», lamenta la hermana Fátima. Es la encargada de los números en el convento. Ella misma ha tenido en cuenta que los demás productos necesarios para tener en funcionamiento el obrador fueran encargados contemplando la reducción proporcional a las previsiones de venta que se calculan. «Sin saber cuanto vamos a vender no nos atrevemos a tener más material», dice la superiora, la hermana Mercedes Barroso, quien añade que «como tenemos a las hermanas jóvenes podemos reaccionar enseguida si se aumentan los encargos, ellas lo hacen enseguida y tienen unas manos especiales».
Este convento jerezano tiene, en la actualidad, 23 religiosas y, a decir verdad, con las siete españolas que permanecen en él (entre los 76 y los 85 años de edad todas menos la hermana Fátima), hubiera sido imposible mantener la producción a día de hoy. O sea, mantener el convento. Es la incorporación en su día de 16 jóvenes procedentes de África lo que permite seguir adelante con esta actividad tradicional cuyo origen se pierde en el hondón del tiempo. Tan implicadas están en la labor en que se fundamenta la economía del monasterio que, recientemente, una de ellas sufrió un accidente limpiando una de las máquinas.
Sustento para todo el año
«La venta en Navidad es fundamental», recuerda la hermana Mercedes en la convicción de que «lo que no vendamos ahora no habrá forma de venderlo durante todo el año». De hecho hay momentos en los que no les merece la pena ni encender el horno. «Contamos con la Navidad, luego otro poco en Semana Santa y nada más», lamentan las religiosas. Si acaso las primeras comuniones aportan algo más a la economía del cenobio agustino. «Pero eso no da de comer», señala la hermana superiora. «Menos aún para sostener un convento», añade.
Enfrente tienen el Comedor del Salvador. A él fueron los excedentes de dulces del año pasado como de él suelen llegar lentejas, arroz o harina con los que las Hijas de la Caridad alimentan también a cuantos necesitados dan de comer a diario. «Eso es tremendo, trabajan muchísimo y nos llevamos muy bien ellas y nosotras, nos queremos mucho y las admiramos». Las colas de enfrente, las de los pobres de solemnidad, son para las agustinas el testigo de una crisis que se les cuela en casa ahora. El suyo, sin embargo, no es un negocio que cierre. Pasarán hambre antes.
(La Voz, 7-Diciembre-2010)
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