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«Todo esto se produjo gracias a don Pedro Font de Mora, el político que creó la asociación posterior, y don Francisco Quirós, el químico que doy forma al laboratorio y que esta semana ha fallecido tristemente». Jesús Toro, coordinador técnico del Grupo Remolachero y director del laboratorio, recuerda con admiración a los responsables del salto cualitativo al que asistieron los entonces 4.000 agricultores remolacheros asociados en toda la provincia. Eran otros tiempos y el tubérculo azucarero se sembraba en 30.000 hectáreas. Pero las cosas han cambiado.
Toro recuerda al político, que «consiguió traerse aquí las fábricas azucareras existentes entonces en Aragón», y al químico, «el primero español que, por parte agrícola, estudió el cultivo de la remolacha y montó este laboratorio en la plaza de Las Angustias». Mientras, Isabel Merino, operaria que lleva en este centro de verificación de calidad tanto tiempo como la maquinaria instalada en 1969 por Quirós, descorona varias piezas recién llegadas del campo e inicia el mismo proceso que se pone en práctica en las plantas industriales azucareras. Pesa, trocea, moltura...
Los efectos de la OCM
«Ahora son solo 3.000 las hectáreas dedicadas en la provincia al cultivo, y están en manos de 180 productores», lamenta quien, pese a todo, maneja estos días la buena noticia de una campaña de este año en la que los agricultores han recogido una media de 70 toneladas por hectárea, una cifra superior a la de la pasada temporada. Pero regresa pronto a las ausencias en un sector mediatizado por la OCM del azúcar. «La remolacha ha sido siempre un cultivo social muy importante para Jerez pero en 2005 la Unión Europea dijo quien era buen productor y quien no», añade.
Hasta el año anterior, sin embargo, «la remolacha ha sido muy importante en la provincia». Pero eso sería hasta que se decidió el recorte de las producciones de Italia, España, Portugal e Irlanda. «Cuando eso ocurrió nuestro país consumía 1.200.000 toneladas de azúcar y producía un millón, ahora gastamos lo mismo y solo producimos medio millón», explica Jesús Toro preguntándose y respondiendo de inmediato: «¿Quién trae ahora ese azúcar de fuera? Francia y Alemania». «Y aquí no somos malos productores», insiste recordando la proyección de otras épocas.
Para entonces, la molturación que realizaba Isabel ya ha proporcionado una húmeda papilla que, entre explicaciones del director, es mezclada con subacetato de plomo. La disolución obtenida con la porción de 26 gramos de remolacha molturada tomada para pasar el control de calidad y el producto químico correspondiente inicia, en una pequeña vasija translúcida, un recorrido de siete minutos de duración convertido, al tratarse de la misma maquinaria original, en un verdadero viaje en el tiempo. Un dígito final actualiza, en rojo, la historia y el papel del laboratorio.
«Ha habido un cambio generacional», dice Toro. «Los agricultores dieron carreras a sus hijos y estos se apartaron de la actividad», completa su explicación. Con todo, encuentra motivos para la esperanza: «Algunos de los antiguos productores están regresando porque es el único cultivo que paga a los 30 días, no es como el trigo o el girasol que dependen de una especie de subasta». «Es un cultivo rentable, insiste, aunque muy trabajoso, como un embarazo», bromea refiriendo los nueve meses que requiere. «Pero aquí se han hecho grandes riquezas», seduce en el recuerdo de algunos apellidos históricos.
(La Voz, 1-Agosto-2011)
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