viernes, 15 de julio de 2011

Umbral de las vacaciones


La marea baja ante mí con la misma parsimonia con la que se pone el sol a mis espaldas. El Chorrillo murmura ténue las chanzas del chiquillerío feliz que, a esa hora, no quiere saber ya nada de baños y prefiere dar la lata a los cangrejos de las piedras del espigón y a los minúsculos ermitaños que no saben donde esconderse. Las gaviotas planean observando a la familia que recoje sus cosas mientras el ánimo de encontrar un tentempié en las bolsas de basura parece encontrar articulación en los graznidos que caracterizan el instante. Hasta los postreros paseos entre el puerto y Picobarro evidencian la excelencia mayor de estas idas y venidas que las protagonizadas bajo el peso del mayor calor de julio en otras horas de la jornada ecuador de mi mes vacacional.
Francisco Umbral se afana en darme cabida en la atmósfera de su pubertad y adolescencia. Y con todo, aquel ambiente de sus años 40, tan llenos de ninfas inesperadas y coqueteos con la literatura que (porque imagino trazas autobiográficas en la obra con la que ganó el Nadal del 75) dieron luz al escritor que fue, no deja de ofrecerse familiar mientras mis pies descalzos sobre la arena húmeda y el grillerío de madres instando el final de la merienda apuntan melancólicas maneras de otro tiempo. Paso las páginas como entrando en el trance que diluye los sonidos de la Rota veraniega y potencian las atenciones a aquellos personajes altoburgueses cargados de mediocridades o los otros de modestia social infinita aunque con tan inusitadas aspiraciones de sublimación.
Escucho, mientras tanto, la charla del sevillano que arrastra las eses y la cháchara vespertina del roteño que, más castizo, habla como quien mantiene en la mochila la historia hortelana y pesquera de la Villa. Más raramente, también el inglés con acento americano que pone en valor las estrechas relaciones de la potencia del mundo con este pueblo costero. Goliat y David (sin pedradas de por medio) aprendieron a entenderse hace décadas y hoy todo es natural. Pero estos son otros personajes que, aunque no identificables en las páginas del recordado don Francisco, bien le pudieran haber sugerido novelas para el regocijo que su capacidad narrativa me ha regalado durante este tiempo estival. Una gozada el reencuentro con la lectura que, sin prisas pero sin pausas, ha regresado a mi vida.
Se acaba la desconexión pese a todo. Volvemos a Jerez para que, quien encabezó la mudanza de la tribu, agote ahora las vacaciones de la radio en medio ya de otras de mis ocupaciones de allá y acullá. En el fondo, no es tiempo sino de premoniciones de un mes de agosto que ya dispondrá de las entregas desvividas tan generadoras del estrés del que vine a curarme. Tere y los niños, que miran de soslayo a este lector de la playa, preparan, con quien suscribe, la maleta que guarda estos días para el descanso y... poco más. Que toca ponerse las pilas de nuevo. Me cuesta soltar el libro con todo. Es tan difícil repetir el hojeo y el ojeo una vez regresen las obligaciones... En fin. Así son las cosas cuando esta reaparición en el blog llega con aromas de aire renovado. Palabra de Gaby!

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