Foto de Javier Fergo |
Bajar a la calle y acercarse empeora la sensación de inseguridad que genera. Los sótanos están completamente inundados. Y lo peor es la facilidad de acceso que tienen toda vez que la leve valla, realizada de varillas de ferralla, está abierta y lleva tiempo permitiendo la entrada a drogadictos en busca de un lugar tranquilo para consumir. Toda una paradoja, porque, pese a la intimidad que les pueda aportar, no es sino intranquilidad lo que provoca el estado del lugar. «Nuestro miedo es que la grúa se caiga, y aquí hay muchos niños», lamenta Lola Casas, una de las vecinas de la calle Ciprés, que señala la aparatosa mole que, desde unos diez metros de altura, se cierne sobre su cabeza como verdadera espada de Damocles.
«Un vecino comenzó a recoger firmas para llevar al Ayuntamiento pero esto sigue igual», apunta entrando en otro tipo de explicaciones: «Le echan la culpa al banco, la promotora quebró», añade aludiendo con sencillez a una archiconocida situación, la del efecto de una crisis que tuvo en la construcción su primera víctima. Junto al Edificio Torres, que así había de denominarse el centro del temor de los vecinos, comienza un recorrido que podría trazar numerosas rutas distintas por todo el casco urbano. Antonio Conde, líder de IPJ, actúa como lazarillo por los barrios de Santiago, San Mateo, Torresoto, San Miguel o proximidades del Carmen. La información que ha ido reuniendo en cada caso es lo suficientemente elocuente.
Dos situaciones distintas
«Hay una diferencia entre las obras que han comenzado y se han quedado a mitad de la construcción y las de aquellas promotoras que han comprado viviendas antiguas, las han derrumbado y han dejado los solares abiertos», explica Conde quien al aterrizar en las consecuencias menciona pastizales con riesgo de incendios, la presencia de basura y de ratas, robo de material o grúas desmanteladas de su capacidad operativa pero no desmontadas. «Cuando se reanuden las obras tendrán que sustituirlas», dice dejando la pregunta de porqué no se eliminan ya para evitar el peligro que temen los vecinos.
Juan Andrades, viandante habitual por Torresoto y Cuatro Caminos, se queja de la existencia de «una arqueta que se comprende que va hasta la zúa, que antiguamente pasaba por delante de la ermita de Guía y por detrás del surtidor de gasolina saliendo a la Hijuela de las Coles; tiene abierto un metro cuadrado y una profundidad grande con tubos de por medio que son un peligro». Otros habitantes de la zona se suman con sus quejas dando contenido a la descripción de una situación que les preocupa.
No solo la construcción de viviendas se ve sometida a estas situaciones. De hecho, uno de los casos más aparatosos de efectos del abandono de una obra que ha sufrido Jerez recientemente es el de la construcción del que iba a ser futuro palacio de congresos en la Circunvalación, junto al hospital. Pero las causas son las mismas a la postre: paralización de la obra, aparente estado de abandono que invita al robo de los puntales y al uso como chutadero y derrumbe de parte de la estructura construida.
Responsabilidad municipal
La norma que regula la seguridad de las obras es la Ley de Ordenación de la Edificación y la responsabilidad en el propio centro de trabajo recae, por este orden, en la dirección facultativa, en el promotor de la obra y en el contratista. ¿Qué pasa, sin embargo, en el caso de obras paralizadas y, por tanto, en ausencia de la actividad que hace presentes a todos esos responsables señalados? Llegados a ese punto, los ayuntamientos han de actuar cuando las condiciones de la licencia se incumplen o no se dan las condiciones de seguridad necesarias en la vía pública.
En cualquier caso, exigen los vecinos que sean eliminadas esas vallas tan ligeras como vulnerables para quienes quieran acceder a robar material o usar el lugar como sitio de consumo de drogas. Obstaculizar los accesos con muros de mampostería eliminaría buena parte de los riesgos que las circunstancias provocan, según señalan. Otros problemas, los que por ejemplo dependen de las grúas que amueblan muchos puntos del casco urbano, seguirían pendientes.
"Es difícil saber cuando estás paradas"
Emilio Corbacho, secretario general de la Federación Provincial de Agrupaciones de Empresarios de la Construcción, asegura que, aunque controlan el estado de la actividad en Jerez, no es fácil cifrar las obras que se encuentran en ese estado de paralización que se ha convertido en consecuencia de la crisis. «No tenemos ese dato», asegura a LA VOZ, mientras explica que, lógicamente, «antes de pararse se ralentizan».
El caso es que «es difícil saber cuando están definitivamente paralizadas las obras o simplemente ralentizadas por retraso de certificaciones», señala el representante de los constructores. Corbacho se muestra, en cualquier caso, más interesado en aclarar que «lo importante, porque es lo que determina estos retrasos, son los incumplimientos clamorosos de las administraciones públicas».
«Alguna vez, el reconocimiento de la deuda no se formula hasta que no está la certificación porque la medición no está bien hecha o por lo que sea», dice dando a entender la facilidad con la que pueden ser argumentados estos retrasos que se producen y las dudas generadas, en cualquier caso, sobre el estado, paralizado o simplemente retrasado, de una construcción.
Centrado en las obras públicas, el secretario general acude a la queja y aporta un dato: «La Junta nos debe 1.000 millones de euros en materia de obras», señala reconociendo no tener datos del Ayuntamiento de Jerez al respecto. En cualquier caso, «es clamoroso el volumen de estas deudas, y en ellas hay muchas de estas obras».
Otras muchas, sin embargo, son de naturaleza privada desde su promoción. Entre ellas se encuentran la mayoría de aquellas que, en el callejero de Jerez, se convierten en amenaza de unos vecinos que, sobre la más cercana que recibe sus miradas temerosas, se pronuncian contundentes: «¿Retrasada? Ésa está más parada que...»
(La Voz, 25-Julio-2011)
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