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–¿La muerte digna es un derecho?
–Toda muerte y toda vida son dignas. Claro que es un derecho de toda persona vivir y morir dignamente.
–¿Y dónde está su dignidad?
–En que sea humana. Y para que así sea, el hombre no puede prolongar la agonía desafiando a la naturaleza. Eso sería encarnizamiento terapéutico. Pero, al mismo tiempo, ningún hombre en su verdad y en su dignidad puede acabar con su vida antes de tiempo.
–Entremos en estos textos. ¿Qué le llama más la atención?
–Primero, esa concepción de la relación entre médico y enfermo que tanto exalta la autonomía del paciente. No sustraer al médico su responsabilidad. El acto médico es un acto social y cuando un enfermo se pone en manos del médico se pone en manos de la sociedad. La libertad del enfermo se encuentra con la libertad y la responsabilidad del médico. Y no se puede anular porque se trate de enfermo terminal.
–¿Qué dudas tiene la Iglesia de unas leyes de las que se dice que no son eutanásicas?
–Si la eutanasia fuera solo una acción directa para quitar la vida a una persona podríamos decir que, en efecto, no hablamos de una ley eutanásica. Pero la ley tiene grandes ambigüedades, deja puertas abiertas, tiene vocación eutanásica.
–¿En qué sentido?
–Hay que precisar, primero, la retirada del soporte vital a los enfermos terminales. ¿También les quitamos la hidratación y la alimentación por deseo propio o de los familiares? Estos cuidados deben ser garantizados siempre porque si elimino la hidratación la causa de la muerte puede no ser su enfermedad sino la deshidratación provocada por el médico. La ley no recoge bien esto y los casos pueden ser muy distintos si hablamos de enfermo terminal o si se trata de enfermo crónico. ¿Y la sedación? ¿Desde cuando se considera posible? ¿La ponemos en manos de la autonomía del paciente exclusivamente o tenemos en cuenta el buen hacer del médico, la lex artis? La sedación tiene sus pautas médicas y éstas no pueden ser ignoradas. Insisto en que, en el fondo de la ley, subyace una relación entre médico y paciente desvirtuada. Y ni siquiera son solo dos en esta relación, también está la sociedad. No solo está la autonomía y el buen hacer médico sino también la justicia. El Estado no puede poner en manos de cualquiera, por ley, la vida del enfermo.
–¿Me está diciendo que ha faltado todo ese debate previamente?
–Ahí está la clave. Lo relativo a la vida no puede quedar reducido a opinión pública o mera lucha política o ideológica. Hay muchas vidas en juego, hay consecuencias para muchas personas y se requiere un grado de reflexión más seria. Cuando este tipo de leyes se quieren imponer desde el punto de vista ideológico llegan las prisas y no se escuchan todas las voces.
–¿Ve intereses en juego?
–Yo no me atrevería a acusar a nadie pero sí diría que el gran gasto sanitario se reduciría en el último año de vida. Eso lo tengo claro. Pongamos en marcha unos buenos cuidados paliativos que, además, sean accesibles a todos. Pero la medicina paliativa es más costosa que la sedación inmediata. Lo que tiene que buscar el Estado es la justicia y hay un principio básico que es el respeto a la vida de todos los seres humanos hasta el final. Y todo eso no puede abordarse al albur de ninguna ideología. Nos tenemos que sentar y reflexionar.
–¿Es cuestión de dinero?
–No estoy diciendo eso pero sí me llama la atención la repercusión en el gasto sanitario que he mencionado y también que todas las prácticas preeutanásicas surgen en países con un sistema fuerte de seguros privados. No todo vale en nombre del progreso y la modernidad. Eliminar la trascendencia del ser humano es un modo de alimentar una cierta antropología, como decía Juan Pablo II. Esta atrofia también favorece que se le quite el misterio a la vida del ser humano así como un modelo de ser humano que dispone de todo, que es prepotente, que quiere crearlo todo, incluso la naturaleza.
–Hay observaciones a la ley desde las organizaciones médicas colegiales y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos. ¿Agradecen en la Iglesia no quedarse solos en esta lucha?
–Es bueno que se sepa que las pegas a la ley no son solo cosa de la Iglesia. Hay una parte implicada siempre que nunca se tiene en cuenta en todo esto, es la clase médica. Ellos serán al final los ‘verdugos’. Y las organizaciones médicas están viendo que se van a violar las conciencias de muchos profesionales. Lo mínimo exigible es la objeción de conciencia. ¿Por qué tanto empeño en prohibirla? Como en la Ley del Aborto. Todos son trabas a la objeción de conciencia. Hay quien decide qué son personas y qué no y hacen de ello la nueva ‘religión’ en la que hay que creer sí o sí. Eso es lo que a mí me preocupa.
–¿Cree que las puertas que permitieron el desarrollo posterior hacia mayores cotas en el aborto se parecen a las que ahora puedan quedar abiertas a la eutanasia?
–Tanto en el final como el inicio de la vida, lo que hay de fondo es una pérdida del respeto a la dignidad de la vida de los seres humanos. En el fondo lo que se dice, tanto en uno como en otro caso, es que ciertas vidas no tienen dignidad. Unas por un Síndrome de Dawn o alguna discapacidad, y hemos decidido que esas vidas no tienen valor y por eso pueden ser eliminadas a los cinco o a los nueve meses dependiendo de la malformación que tengan. Otras vidas humanas se pretenden sin valor si la propia persona así lo decide. El respeto a la vida humana es un principio con el que hay que tener mucho cuidado. Me preocupa una ley que determina que un enfermo terminal, en su autonomía, pueda pedir una sedación que incluso lo lleve hasta la muerte y que, en ese caso, el médico es libre de responsabilidad y de culpa. Eso significa que se pone en manos del médico un poder impresionante. Con que un señor, en medio de grandes dolores, firme una sedación ya basta para actuar. Imaginemos, por ejemplo, a tantas personas que sufren soledad y que más que una buena sedación lo que necesitan es una buena compañía y una buena atención. Esa legalización sutil y ambigua que abre las puertas a ciertas prácticas eutanásicas suele ser peligrosa.
(La Voz, 18-julio-2011)
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