Martínez Camino dice que un crucifijo en un aula es una garantía de libertad ante pretensiones totalitarias. Tengo un amigo comprometido que es más grafíco: “Gaby, quitar la cruz de cualquier lugar es como eliminar los botes y los chalecos salvavidas ante la travesía de un barco: pueden no hacer falta, incluso molestar en el lugar en el que estén, pero si las circunstancias se ponen feas pudiera ser lo único que nos salvara”.El asunto del colegio de Castilla-León en el que un padre ha impulsado la campaña de supresión de los crucifijos en las clases no ha terminado de levantar a los cofrades. Por eso me aventuraré a predecir un futuro en el que, quizá, no tarden en querer ayudarnos a secularizar nuestras procesiones. Éstas no desaparecerán porque son divertimento primaveral para una tierra, Andalucía, en la que el buen tiempo por esas fechas nos lo reclamará. Pero los detalles... Ya verán. Como la calle es sitio público nos dirán que es imposible abrir nuestros desfiles con la cruz de guía. “Es una escandalosa obscenidad -nos dirán- que molesta al público”. La violencia que vomita la tele a diario no es perniciosa. Pero, ¿la cruz? Por Dios, que las quiten todas. Por ello ya pueden ir desapareciendo de los canastos de los pasos. Que se las quiten del hombro a los nazarenos más penitentes del cortejo. Y que sean requisadas las parroquiales, conventuales y hasta las de los escudos. Ya se nos ocurrirá por qué detalle las sustituimos. Todo sea en aras de esa laicidad mal entendida cuyos efectos, a los cofrades, nos suele resbalar salvo que sean nuestras barbas las que veamos arder. Por ello no surgen pronunciamientos claros desde una órbita de la fe, la piedad popular, que, paradógicamente, ostenta la cruz de modo excelente cada primavera aunque no termina de mojarse cuando, como ahora, toca hacerlo.
(La Voz, 30/11/2008)
(La Voz, 30/11/2008)
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