domingo, 28 de diciembre de 2008

Inocente, inocente


Alguien formuló una vez la idea de que la realidad supera a la ficción y las posibilidades de aplicación de semejante aserto son tan amplias que nos sigue sorprendiendo la verosimilitud de ciertos camelos. No se vayan muy lejos de esta columna para comprobarlo. ¿O no es algo creíble cuanto el muñidor hace sonar?Y, aunque fueran barbaridades mucho más increíbles las que se enunciaran, me encanta la idea de una generalizada y tontorrona credulidad que nos mostrara mucho menos retorcidos de lo que somos a menudo. Porque no me negarán que, a veces, no parecemos, ni por asomo, los hombres y mujeres que debieran beber a diario del Evangelio. El día que no nos dé miedo, en las cofradías, a que saque la espada el 'herodes' de esta sociedad que malquiere a aquellos que fundamentamos nuestras esperanzas en la fe en Cristo, seremos como aquellos que dan nombre a cada 28 de diciembre. Pero el mundo ha evolucionado hacia la consideración de que la inocencia es una pérdida de competitividad, de eficacia. Siempre he pensado que cuando, distanciados de nuestro día laboral, acudimos una noche a la hermandad, nos aprestamos a las cosas de Cristo y María según nuestra propia idiosincracia cofrade por tanto, no debiéramos sino disfrutar de la sencilla percepción de cuanto debe dejar en la puerta los retorcimientos que un día se cargaron nuestra inocencia.Así, queridos amigos, no me nieguen, hoy al menos, la reivindicación de un mundo más inocente. Y si no lo consiguiéramos para una sociedad tan desemparentada de sus propias creencias profundas obtengámoslo, si acaso, para las cofradías. Devolvámosles la condición de hermandades y neguémosnos a ser, dentro de ellas, portadores de la espada del afamado rey judío.
(La Voz, 28/12/2008)

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