Hoy he amanecido con la compostela enrollada en una caja cilíndrica que guarda dos de Carmen y dos mías. Además de la ordinaria, puede reclamarse la que añade el punto de partida y nuestros nombres en latín. Soy Gabrielem Georgius, y ello me ha hecho sentir peregrino medieval, alguien fundido en una tradición que por mucho que se conozca y valore no se termina de considerar en su justa medida hasta que uno pasea serena y distendidamente por las calles compostelanas.
Los diplomas están guardados. Siendo importantes no eran lo primero por mucho que hemos puesto empeño en el sellado a lo largo y ancho del Camino. Ellos iban señalando el sentido del itinerario iniciado en León. Y cuánto nos llenaba el corazón cuando conseguíamos que ello ocurriera en alguna iglesia. Mucho más que los registrados en albergues, bares, panaderías... Así uníamos oración al rito.
Pero el estrés de la tarde en que llegamos se incrementó al ponérsenos a tiro la posibilidad de dejar saldado el trámite en la Oficina de Atención al Peregrino. La gente eficiente al mando del sacerdote Segundo Pérez, deán de la Catedral de Santiago, nos acogió tan bien como el mencionado cura capitular en la sacristía poco después para atendernos en virtud del conocimiento que, el mismo día de ayer y de la mano de Carlos Perdigones, tuvo del caso de Carmen y nuestro reto #3enelcamino #pkjerez.
Que el mismo día de nuestra entrada en el Obradoiro, finalizando la ruta jacobea, pudiéramos ser recibidos entre sonidos de gaitas por Paula Fernández de Azpiazu, chica con Parkinson llegada para ello con su familia desde La Coruña, así como disponer de la compostela y asistir en lugar de privilegio a la misa de peregrinos era demasiado para una misma tarde.
Y de todo ello no podía hablar con cierta propiedad hasta dejar pasar una noche en Santiago de Compostela. Necesitaba serenarme y Carmen me confiesa lo mismo. Imposible digerir sin el digestivo tratamiento antiestrés aplicado en las literas del albergue Santo Santiago tanta sobreexcitación con la que finalizaba lo que al fin y al cabo no era sino una etapa más del Camino de Santiago. La final, sí, pero un tramo más de 20 kilómetros que solventar con el precio de un cansancio ya acumulativo y alguna ampolla pendiente de últimas curas en los pies de Carmen.
Es hoy, el día después, cuando empezamos a darnos cuenta. Pisamos el histórico empedrado de las calles compostelanas y advertimos, poco a poco, lo alcanzado. Y paseamos por esas últimas rúas antes de la Catedral recordando lo vivido ayer con mochila, con botas y con bordón y bastones aún.
Pero ya no hay que portar todo ello. Se quedó en el albergue antes de acudir a la Misa de Peregrinos, ser recibidos por don Segundo, acogidos por la tradición recordada por el oficiante de la celebración de la Eucaristía y asombrados tanto por el conjunto de su liturgia como, de modo singular, por el vuelo del botafumeiro. Atrás quedaron otros que, con los pájaros de la paramera leonesa, los parajes maragatos y bercianos, la avifauna de montaña en el Irago o los montes gallegos, ya tuvieron su protagonismo.
Quiso el Señor que los viéramos y disfrutáramos, junto al resto de su Creación, en primera línea. Y en primera línea se nos permitió también en el caso del botafumeiro. Perfuma y pone en acción a nuestras pituitarias aún un día después y lo hace del mismo modo que tantas experiencias vividas en estos trece días: perfumando ya nuestra vida. Y hoy empezamos a notarlo. Hoy comienza el Camino.
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