Raro concepto éste de la normalidad. Dos domingos después de aquél que nos llevó a Finisterre, plantándonos ante la infinitud de ese horizonte oceánico sobre el que peregrinos de todos los tiempos depositaron sus miedos, la incorporación mañana lunes a mi puesto laboral tras las vacaciones más constructivas que haya disfrutado nunca me colocan ante ese otro abismo en el que se convierte vivir lo cotidiano con semejante acervo de experiencias que constituye el Camino de Santiago.
Si han de aparecer monstruos en mi vida que sepa heredar la fortaleza con la que aquellos que, a lo largo del Medievo o la Edad Moderna, se asomaron a la espalda del faro de Fisterra y quemaron su yo viejo conscientes que la ruta jacobea dejó en ellos huella indeleble. Así, en medio de aquellas rarezas que quedaron instaladas en el cuerpo y en la mente de Carmen y mía desde que nos quitamos la mochila, ya comenzamos a vencer al mostruo de la normalidad.
Hasta ahora no ha desaparecido el dolor lumbar que jamás sentí mientras la mochila me abrazaba pero que se apoderó de mi espalda inmediatamente después. Algunas señales marcan nuestros pies pese a la recuperación de las ampollas y cortes. Y la actividad cerebral de ambos se guarda para que la noche recupere, en sueños, nuestro paso por el puente del Órbigo, los paisajes vistos desde el Monte Irago o el bosque encantado junto a Portomarín.
Y, con todo, es otra actividad cerebral, la reacción del Parkinson en Carmen una vez finalizado el peregrinaje, la que llama más poderosamente la atención en estos momentos. Ella dice que el tercero en discordia del hagstag #3enelcamino está enfadado por la llegada del final de esta experiencia vital que tan entretenido y casi ausente en muchas etapas lo ha tenido.
Carmen reajusta las tomas de medicamento de nuevo. Pero lo hace desde la experiencia del Camino que nos enseñó a maridar las ingestas de la levodopa con las de alimento en la distancia adecuada. Y yo, también ella, asumo que ya nada será igual aquí. Al ritmo de aquellos bueyes en que quedamos convertidos junto a tanta mula transitando a tirones adoptamos el camino de la vida que comienza. Iniciático lo llamó la compañera Isabel Noci. Que así sea.
Y una flecha amarilla queda junto a la puerta de casa testimoniando bajo qué umbrales comienza cada día esa nueva etapa que dejó atrás mochilas viejas. Esta casa ya forma parte del Camino de Santiago, dice Carmen. La flecha indica la dirección que hay que seguir para alcanzar el cielo con las manos. Mi alma... nuestras almas se han quedado volando con las mariposas del camino, asegura.
Muchas cosas se han quedado en el Camino y otras se han hecho más grandes. Ojalá todos pudierais sentir de verdad esto con sólo leerlo en este diario tan poco pretencioso como sustancial de pura sencillez como subyace en cada historia vivida sobre tierra, piedras, asfalto o lechos de hojas alfombrando nuestra marcha. Así, entre espigas de trigo hechas paja en las alpacas, entre maizales, entre árboles que cuchichearon a nuestro paso, sobre puentes medievales, montañas agrestes y ríos cantarines, junto a iglesias románicas que lamentamos cerradas y aquellas otras que se abrieron a nuestra oración y a nuestras velitas encendidas y escondidas tras los pilares.
Es posible sentirse lleno, de cuantas experiencias marcaron el Camino, y a la vez vacíos, que también nosotros lo dimos todo. Por eso no acaba aquí mi diario. Aquí comienza, aquí revive, aquí alimenta!
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