La rara tarde de la víspera de nuestra llegada a Santiago de Compostela viene marcada por un conjunto de sensaciones que me están pareciendo más difíciles de metabolizar que los alrededor de 300 kilómetros ya caminados desde nuestra partida en León el ya lejano 7 de agosto. Aquel domingo se iniciaba una aventura que está en nuestras piernas, está en nuestro cerebro, también reside ya en el corazón único que late para Carmen y para mí y, creedme, está del mismo modo en nuestra conciencia.
Los músculos son unos campeones, y nuestros pies también. Comenzaron acumulando molestias que, a modo de ampollas, pequeños cortes o toda nuestra biología pendiente de la adaptación a lo que nos llegaba, están tan superadas que, creo, seríamos capaces de seguir adelante si restaran aún tantos kilómetros como los ya caminados. Ahora ya sí. El peregrinaje a Santiago nos ha fortalecido.
Y cuánto hemos aprendido. Dicen muchos de los comentarios realizados en redes sociales por quienes nos han querido seguir en este camino espiritual que hemos puesto al alcance de quien quisiera por medio de videos, fotos y referencias escritas... dicen, repito, que han aprendido mucho. Otros de los habituales, como Carlos Perdigones, Fulvio Capitanio o Isabel Noci, son realmente los que nos han enseñado. Lugares, personas, tradiciones, gastronomía, historia de este secular peregrinaje.
Lo vivido de modo sorpresivo, admirable, entrañable, emocionante, fortalecedor e, incluso, dolorido ha empapado tan transformadoramente nuestro corazón que ahora es como la esponja incapaz de retener toda el agua pretendida. También él, el motor tanto de nuestro cuerpo como de las emociones, chorrea experiencias que casi no caben en él. Y sin necesidad de apretarlo.
Pero casi por encima de ello queda la conciencia de una misión que parece cumplida. No ha sido fácil responder a la pregunta de estos días sobre si esto era experiencia personal de cada cual, de pareja buscando consolidar su relación o colectiva que incluyera a cuantos, bajo el hagstag #3enelcamino, han sumado su latido desde la Asociación Parkinson Jerez u otras instancias sociales o personales que han resultado sensibles a nuestro mensaje.
Y ahora, sin embargo, la tarde es rara. Insisto. No sé como sentirme. Contento desde luego. En lo personal he encontrado un asidero importante. No es un apoyo cualquiera. Es el descubrimiento de un itinerario de vida que fortalece las decisiones recientemente tomadas, que serena en el deseo de todo lo mejor en la vida a quien estuviera frente a mí y que me impulsa en la necesidad de recuperar a quienes son sangre de mi sangre.
Cuál ha sido, sin embargo, el resultado obtenido por el empeño visibilizador del Parkinson? Carmen ha provocado tiritones de empatía. Aun en los casos en que fuera yo quien se ocupara de contar la historia. Las lágrimas de Vanesa, la madrileña que se conmovió de su valentía confesando actitud de acción de gracias ante la lenta recuperación de su padre, fue un precioso ejemplo. O Amelia, la hospitalera de nuestro albergue de Ponferrada. O los "bravíssima!" de Renata y Franco, entrañable pareja milanesa. O el grupo de peregrinos de Jaén. O el ciclista vitoriano.
Los 19 kilómetros caminados hoy, entre Arzúa y Pedrouzo, han parecido verdaderamente 'cascarón de huevo', como si no contaran porque lo por llegar lo inunda ya todo. Mañana llegamos a la Plaza del Obradoiro. Pero lo cierto es que Santiago ya llegó a nosotros.
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