Es día de Todos los Santos y uno de ellos sigue presidiendo nuestra mente cuando, dos meses después de la anterior página, este Diario de Camino se ve urgido a no ser cerrado sin recoger antes las últimas experiencias cosechadas y que merecen ser consideradas fruto de nuestra ruta jacobea. Santiago nos mantiene peregrinos y nuestra vida en Jerez, al ostentar nuestra existencia la necesidad de cambio que nos mandó a León con toda la ilusión, ha sufrido estertores y sacudidas que anoto primoroso, honesto y felizmente transformado.
Ocurrió que las rarezas generadas durante esos trece días caminantes aún fraguarían sorpresas en jornadas que más parecieran necesitar ya el horizonte de la normalización para quienes, con hijos, trabajo, dedicación a la asociación Parkinson Jerez..., merecían no quedarse atrapados en la experiencia. Y ocurrió que ajustar logros y pérdidas de uno y otra para aunarnos en la vida de pareja que veníamos acuñando traería la inesperada pena de la ruptura. Dos veces en cuatro días. Coletazos del pasado y vulnerabilidades del presente de por medio.
Aquellos que supieron superar juntos el pésimo sesteo bajo aquella carretera camino de San Martín, quienes se cosieron mutuamente las ampollas dejando en los pies del otro todo su amor, los que se pusieron chorreando con la lluvia de Lavacoya sin por ello perder la sonrisa... Aquellos que tan atinadamente supieron sufrir juntos tenían aún intolerancias que terminar de saldar llegados a Jerez. Y salieron a relucir. Y destrozaron el corazón. Y nos separaron en días tanto o más dolorosos que el episodio de la cruz perdida en Trabadelo.
Cuando el destino de los días es repensar que, quizá, el Apóstol dicta sentencia de distancia tras tan trascendental experiencia uno puede fácilmente concluir que, alea jacta est, las cosas son como vienen. Y ello sin restar ningún beneficio de los que ya habíamos confirmado a nuestro Camino de Santiago. Pero, y si el efecto que tocaba era el de la última espoleta que detonara la reacción necesaria? Y si esto no era sino el empujón a hacer lo que hiciera falta porque sólo las narices echadas a tiempo permiten salvar el repecho en el itinerario?
Se imponía una exigencia de esa fidelidad extrema que semejante sentimiento exhibido requería. Se anotaba una visita que recondujera sicológicamente a mentes tan inquietas y a corazones tan comprometidos. Urgían promesas de futuro decididas y valientes. Pendía de nuestro proyecto común la espada del damocles de la falta de confianza. Pero ambos sabíamos que la vida tiene, tras las ampollas de Astorga, el vino de Cacabelos. Y lo supimos vivir y beber, con gran fortuna para quienes cosecharon días amargos en septiembre y octubre.
Y el dolor se individualizó en cada uno por separado. El sentimiento era sin embargo el mismo, pero la visión distinta. Yo me negaba a confiar en el destino aquello que merezca no perder. Carmen, convencida como yo que merece lo mejor del universo, ponía en manos de tan cósmico agente aquello que el futuro le tuviera que deparar. No eran las estrellas las que guiaron per secula secularum a los peregrinos a Santiago? Pues si a la Vía Láctea confiáramos nuestro camino porque no fiarnos de aquello que el Cielo dicte sobre nosotros?
Hace hoy justo un mes decidí, sin embargo, retar al universo. Me negaba a aceptar la ruptura. Carmen encabezaba a los suyos en un encuentro en el Coto de la Isleta y yo, desde Jerez, sufría y me crecía en el dolor. Así me comenzaron a llegar noticias desde el encuentro organizado por la Diputación para las asociaciones de Parkinson de la provincia. Así me aventuré, sin flechas amarillas que me guiaran, a reconquistar los espacios comunes que descubrimos para nuestra nueva vida. Así, fortalecido como nunca, la busqué de nuevo.
Sólo cuatro días después había apartamento alquilado y comenzaba, como sin darnos cuenta, una convivencia que, aun a dos techos, nos pusiera en marcha. Hasta este momento que ya gozamos no se evidencia de modo nítido el camino iniciático que se nos había aventurado antes de partir desde Jerez a principios de agosto. Todo tiene ya sentido. Pero la siembra que ahora cosechamos requirió de la tierra fértil de nuestro espíritu peregrino que, en sendos anillos, deja grabado un compromiso de matrimonio: Ultreia et suseia!
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