Hora rara. Un desvelo. Noche abierta. Y un anhelo. No es nuevo sentir la necesidad de ponerme a escribir para combatir alguna desazón. Sí lo es abrirme paso en medio de la madrugada para encontrar bálsamo en la bitácora abierta, como el que destapa la medicina que me permitirá regresar al descanso.
Escribir diariamente lo que sentimos mejora la salud física y mental, disminuye la ansiedad y levanta la autoestima. Hasta ayuda a pacientes oncológicos según una investigadora de Harvard. Ya ves. Para estudio tan rebuscado da la noche, quien lo iba a decir, mientras el crudo frío no hiela el alma ahíta de expresión.
Yo lo recomiendo para otros dolores más intangibles desde mente ajena salvo que se somaticen, que también puede ocurrir. Es más, ni siquiera hace falta hablar de nada así que esta suerte de metaescritura a la que me entrego no es sino tratamiento en puridad, las letras por las letras, el desahogo per se.
Como sé, de hecho, que ya andáis alguno queriendo descifrar los porqués de estas líneas nada inconexas mal que lo parezcan, debe constaros que en esta entrada más que en ninguna otra sois auténticos convidados de piedra. Se siente. Sea yo pues burlador de Sevilla en la comedia de esta extraña tesitura.
La terapia de escritura expresiva se parece a llevar un diario, pero enfocada en lo que molesta o desencadena estrés. Los investigadores sugieren 30 minutos al día para poner por escrito los pensamientos y sensaciones. Y en el gotero del teclado, puedo asegurarlo, la etiología del mal es lo de menos.
Lo de más es comprobar que mientras el lector busca el mensaje más despistado que un esquimal en el zoco de Marrakech éste que suscribe se aviene al final del escrito habiendo cumplido tan singular propósito. Que no lo entiendes? Ya te lo explicaré algún día. Palabra de Gaby!
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