martes, 8 de junio de 2010

Cae la tarde para un día de huelga


El cielo azulea aún esperanzas a ratos inconcebibles. Qué le vamos a hacer si, en realidad, no hay mucho con lo que ilusionarse. Y no es pesimismo gratuito, que si uno busca encuentra alegrías cercanas. Sin embargo, no está la cosa para fiestas. Y también ello se nota en el ambiente.
Es tarde de verano adelantado, de estío que se evidencia en una parsimonia en la actividad que, a decir verdad, es engañosa. O a mí me lo parece. De hecho yo estoy de vacaciones. Alegría alegría, si no fuera porque llegará un momento en el que se mezclarán sus días con los propios de una regulación.
También en la calle se advierte, tras un día de huelga de funcionarios, una tranquilidad, a la caída de la tarde, que no lo ha sido menor a lo largo del resto de la jornada. No pasa nada. Sólo los minutos, los días, las semanas de una lánguida existencia de la que se nos ha ido el entusiasmo hace tiempo.
Por eso tan engañosa tranquilidad. Por eso la calma, no sé si chicha, en una ciudad que sigue sin enterarse, porque parece preferible no poner atención. Cae la tarde. Lo mejor que puede pasar visto lo visto. Mañana será otro día. O quizá el mismo. Qué se yo.

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