Diríase que los problemas de movilidad habrían de invitar al hartazgo. Los dolores a no encontrar nada que celebrar. El largo horizonte para la recuperación, causa para querer cerrar los ojos y abrirlos cuando haya pasado todo.
Pero no es esa desesperanza la que me preside. Es más, si me joroba la situación lo es más por a cuántos familiares esté afectando mi estado que porque no esté expectante a cómo quiere el Señor que viva su Nacimiento.
Es una Navidad de Pesebre. No hay más adornos en casa que el maravilloso Misterio que disfruto gracias a mi hermano Pedro Ramírez Pazos. Y hay comida, claro, pero sin vitola de gastos fuera de sitio.
Y junto al Pesebre estoy. Así. Sin pedirle explicaciones al Niño. Ofreciendo más bien todas las cruces que tocan. "El Niño que está en la cuna en una cruz morirá" escribió Gallardo y cantó Santiago.
Déjame que te diga que soy un afortunado. Que, desde mi silla de ruedas, vivo ya esta Navidad desde la fe desnuda de interferencias; sin servidumbres festivas, bulliciosas, gastronómicas o comerciales.
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