Me quedé paradito. Sí. Como los pájaros del cable. Presto a volver en cualquier momento a mi vuelo más interrumpido. Pero parada por enésima vez mi disposición a seguir escribiendo esas latencias reflexivas que no han cesado de ocupar mi mente pero que han sido reservadas para cuando el cuerpo me lo pidiera. Así fue como la carpeta que es este blog para mis pensamientos echó las gomillas sine die. Y no lo siento. No me disculpo.
Fue necesario mientras me daba más a una fortaleza física que me empoderara de bríos nuevos ahora y en la hora de mi necesaria revisión de vida. Amén. Al fin y al cabo mi running es, a la vez, cuerpo y alma en movimiento. Y bien que se ha removido el alma de revulsivos alimentados de alguno de esos geles de concentrado energético que, tomado a la mediación de una media maratón, es impulso que más que fuerzas devuelve confianzas agotadas.
He aprendido durante este tiempo otra acepción del concepto 'pararse'. El Parkinson, maestro de vida de un tiempo a esta parte, 'regala' a Carmen, a José Manuel, a María o a Manolo parones ante los que la impotencia quizá genere insatisfacción pero que a mí me suscita ternura. Todos necesitamos parar. Y si nos creyéramos mejores por poder mantener el ritmo del mundo mereceremos estrellarnos ante la realidad de lo verdaderamente importante en la vida.
No sé porqué pero no me disgusta sentir cerca esa parada. Y empatizarla. Y sentirla como si fuera mía. Raro en el activista físico que hay en todo runners? Más bien fruto del aprendizaje de quien los observa y se mueve para crecer personalmente cuando vuelve a estar parado. Tras casi cien días de blog parado, sabed por tanto que reabro hoy la carpeta con el ánimo de un verano lleno de entradas entre las que prometo alguna de las más cruciales de mi vida reciente.
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