Cuando las denuncias de semejante putiferio tan cargado de las negras sombras de la sospecha asoman a sólo unos días del inicio de una competición como la actual Eurocopa de Francia, no son los delanteros rivales los primeros que mandan al portero a recoger la pelota del fondo de las redes. Cuestiones por probar pendientes y presunción de inocencia respetada, es De Gea quien me viene a la mente a unos minutos que España se estrene en la competición.
He perdido yo apasionamiento en esto del fútbol, ciertamente. Y, dadas las circunstancias, seguramente me fije más en cómo este chaval sea capaz de crecerse bajo los palos ante las adversidades de la vida. O si un sanluqueño es capaz de convertirse en el mayor goleador de la selección. Definitivamente soy de Nolito. A ver si él me saca del ostracismo en el que ha caído como 'fósforo' este cincuentón cuya 'juventud' futbolera murió muy poco después de Casillas levantando la copa del mundo en Sudáfrica.
No diré por tanto dónde ha quedado el interés que yo hubiera puesto en otro momento en la singularidad de una segunda equipación que parece poner en el pecho de los jugadores un huevo frito. O análisis sesudo alguno sobre el temple con el que Del Bosque realiza lo que bautizó como "transición dulce". Buen tipo el salmantino. Un maravilloso director de recursos humanos en cualquier empresa en la que, por obra y gracia de su bondad, no hubiera despido que no terminara con un beso agradecido del nuevo desempleado.
Pero miedo me da. Lo aseguro. Que luego llega el "Iniesta de mi vida!", los goles de quien toque y partidos que se fueran ganando con mayor o menor solvencia y de nuevo nos crecemos. Y entonces incluso este reticente que se creía ya distanciado hasta allá donde el dolor de la derrota no afecta termina, a la vejez viruela, desencadenando esa suerte de reacciones emocionales con tres banderas que se agiten y un "lilo lolilo lolilo lolilololooo" que el himno nos arranque. Ay, Señor... Sea lo que Dios quiera!
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