Levantemos El Puerto, se dijo en enfervorecidas vísperas electorales de hace más de un año. Pasado ese tiempo necesitó decir algo distinto. Y se bajó la cremallera. Qué cosas! Entonces le generó un sillón en el salón de pleno. Lo de ahora sólo una multa de la
policía, que lo pilló con el bálano en la mano cara al primer muro que se encontró a la vuelta de la feria.
Tengo que decir que cuento eso tras una mañana complicada para mis regulares micciones porque el baño de la radio ha estado averiado. Ergo... es posible que, necesidad obliga, hubiera de verme en urgencias similares. También afirmo que estoy convencido que un poco de escatología les va a detener en mi texto más y mejor que un ensayo de bolsillo sobre cuestiones filosóficas. Así es como os llega esta incalificable entrada en mi blog.
Pero los hechos son tozudos cuando uno advierte que el servidor público se ve sin servicio y, sin abandonar su condición pública, se oculta poco a la hora de sacarse sus vergüenzas. Teniente de alcalde me dicen. Y si el reciente volcán en erupción en plena plaza Isaac Peral le ha dejado sin esa condición, mantiene la de concejal electo que ha incumplido ordenanzas y, sin orden ni concierto, se ha orinado en ese Puerto de Santa María que lo votó.
Hay un par de moralejas que me reservo para mi cuarto y último párrafo. La primera, que cuando se bebe del modo que se bebe en la feria el regreso requiere desahogos imprescindibles por la vía de una evacuación que no sabe de inoportunidades de espacio ni tiempo. Y segundo, que si vuelven a ponérmelo a huevo de modo tan fácil quizá el asunto termine en manos de Carlos Herrera. Ése si que hace una tesis del asunto.
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