Cada paisaje merece un cielo azul. Sin nubes negras a ser posible, eso sí. A partir de ahí es cierto que todos los demás colores habrán de repartirse espacios, mezclar sus tonalidades, arbitrar cromatismos a veces imposibles en caleidoscopio tan sugerente como el que nos aguarda. Básico también el rojo, que creo que no puede faltar pese a que también se oscurece a veces. Echo en falta, sin embargo, el amarillo en la paleta que las circunstancias nos ponen al alcance.
Por lo demás, están de moda los colores secundarios. El naranja y el morado especialmente, muy por encima del verde que sigue con mejores tiempos en el recuerdo de los que le toca vivir en estos momentos. Resultado sin más de las combinaciones dos a dos de los primarios, se advierten capaces de condicionar nuestra existencia inmediata. Otros, como el magenta, seguirán siendo propuesta en la que apenas mojaremos el pincel para pintar el futuro.
Mi querido Manolo Daza, profesor en mi época universitaria, sacó de mí lo que era posible al respecto del uso adecuado de todos y cada uno de ellos. El arte, al fin y al cabo, los pone en valor a todos porque, en el fondo, todos son imprescindibles en la vida. Aunque las modas enaltecen puntualmente a unos más que otros en función de vaivenes que son tan lógicos como imprevisibles. Al fin y al cabo no se trata más que de colores... no?
Bueno pues, si es así, permitidme confesar que siempre me gustaron más los paisajes que los bodegones, las marinas que los retratos, las escenas recreadas en medio de la naturaleza que el interiorismo pictórico, peor aún si rayan el tenebrismo. Y cuando repaso porqué esa predilección mía siempre concluyo que necesito que nunca falte un cielo azul, con capacidad de brindar esperanzas pese a los pesares. Para gustos... los colores... verdad?
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