Velo armas en vísperas de ese día de suyo anodido que consagramos anualmente a San Dionisio Areopagita. E, independientemente de la dificultad del tan traído apellido del patrón, de si su cabeza va bajo el brazo cual balón en manos del capitán del equipo o de si el pendón histórico terminó convirtiéndose en paño de cocina, lo cierto es que con artificio contemplamos la cohechura de una jornada digna de ser metida en una urna como pieza de ese museo en el que no caben las cosas útiles de la vida.
Mañana será trasladado el sucesor moderno del viejo estandarte de Alfonso X El Sabio para llevar, desde el Cabildo Antiguo hasta San Dionisio, el perfume de una restitución del culto cristiano que, sin aditamentos guerreros plausibles, sí constituye legítima conmemoración para la Iglesia local. También llevará esas reminiscencias reconquistadoras tan inevitables y que peor aún se pondrán cuando en 2014 se cumplan y celebren los 750 años de aquella acción que reincorporó estos territorios al Reino de Castilla.
Y es entonces cuando me vienen a la memoria las escenas del Barça-Madrid, el mosaico reivindicativo y el griterio independentista en el minuto 17'13'' de partido. Respondiendo simbólicamente al año en el que Felipe V se cargó la autodeterminación catalana. Un rosario de fechas podemos subrayar ahora de cuando dejaron de pertenecer a la corona de Aragón o de cuando Euskadi o Galicia o Portugal o el cantonalismo dibujó los más diversos mapas imaginables. Hasta la llegada de Ikea la república independiente de mi casa.
El día que San Dionisio se vuelva a colocar la cabeza en su sitio advertirá todo aquello que haya querido la historia que vuelva a cambiar. Pero en el fondo, muy muy en el fondo, lo que apreciará es que seguimos siendo tan pacatos como casi siempre. En la aldea global somos demasiado capaces de dividir en divisiones subdivisibles y recomponibles al gusto del más pintado. Como el que forma como quiere un puzzle bajo el capricho de su albedrío tan libre como le dictan las circunstancias que le convengan.
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