Una hogaza de pan tierno puso mi día en marcha y aceite de la Sierra de Cazorla chorreado con abundancia engrasó la vieja maquinaria de producir en la que me convierto cuando, tan pronto, ya pierdo la conciencia de ser persona. El miércoles es mal día para ser otra cosa. Ni puede uno dejarse ya llevar por las inercias de ese fin de semana prolongado en el recuerdo reciente ni tampoco es tiempo aún para el solaz venidero.
Es por ello que el frenesí radiofónico cunde humos saliendo a borbotones del aliviadero de mi pensamiento saturado sin que por ello pueda permitirme otra cosa que descolgar teléfonos como un pulpo, animar a Periáñez a que cumpla los horarios de grabación para el magacín regional o descubrir que la vieja leche de mi infancia (a vueltas con el desayuno) devuelve al consumismo del siglo XXI una marca entrañable: La Merced.
Creo que el impulso que necesitamos para salir de la crisis debe obedecer a valentías de mucha monta pero de poca sorpresa. Ahí lo tenemos, en la leche. Y cuando dicen aquello de la imaginación al poder termino anotándolo en el libro de las grandilocuencias aunque el pragmatismo que me puede cada vez más me dicta otras sentencias más del día a día. Que pregunten si no a los ganaderos productores del blanco alimento de cada desayuno.
La noche se hecha encima entre proyecciones sobre esas tierras lejanas en las que la fe cristiana sufre y las notas que apuntan una actividad incesante. Apenas si he tenido tiempo para serenarme ante mi blog. Palabra de Gaby! La leche que mam... Pero ésa fue otra.
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