"La muerte volvió a la cama, se abrazó al hombre y, sin comprender lo que estaba sucediendo, ella que nunca dormía, sintió que el sueño le bajaba suavemente los párpados. Al día siguiente no murió nadie".
Hace ya un tiempo que leí a Saramago esa obra "maravillosamente absurda", como fue calificada en el San Francisco Chronicle, que es 'Las intermitencias de la muerte'. ¿Qué pasaría si viviésemos eternamente?
Las contras se imponen finalmente a los pros por una mera cuestión de supervivencia. De los que necesitan que la gente se muera y también de un planeta en el que sería absolutamente inviable que no hubiera 'limpia' diaria.
Mis intermitencias de la escritura, en éste mi blog, parecieran falta de tesón pero es, en realidad, mecanismo de evitación. Ay si escribiera todo lo que pienso. Pero la tozudez de la lógica se impone. Y vuelvo.
El efecto de aquellos que sienten mis escritos como tocamiento testicular del prójimo -los enemigos de mis libertades, claro- es apenas parada y fonda que serene a los inquietos. Y posterior consagración de mi objetivo.
Aquí estoy, pues, para que 'Palabra de Gaby' mantenga el tono de impresiones a vuelapluma que se propuso en su día. Y, a decir verdad, apenas con el arma de la palabra como esencia de mi lucha.
"Yo no escribo para agradar ni tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar", decía el literato luso. Salvo las distancias pero a ello me aferro. Una sacudida, de vez en cuando, viene bien a todos. A vosotros, también.
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