Elige las que quieras. Ahí las tienes. El zapatero de un albergue del Camino de Santiago es depositario de mucho más que calzado y polvo. Dentro de cada una hay el sudor suficiente como para que hagan llegar al curioso el olor del cansancio, del sufrimiento y hasta de las profundas razones que cada uno tiene para revestir sus pies con ellas protegiéndolos y alentándolos en la marcha.
Están ahí las mías y también las de mi compañera en la ruta de la vida. Búscalas. Y aunque no las encuentres hazte a la idea que te las calzas y que, sólo sabiéndote capaz de sentir sus apreturas, podrías acercarte algo a la posibilidad de creerte con el derecho de enjuiciar mi camino. No lo hagas nunca sin el previo ejercicio de ponerte en mi piel, de conocer mis razones.
Son fundamentales en el sendero, que tantas veces propone tramos, ocasiones, decisiones y circunstancias tan fácilmente criticables como inútilmente dignas de la menor consideración cuando se constata la falta de contraste, de perspectiva, de escucha de aquellas condiciones que obligan, de predisposición alguna a la empatía o a la compasión, que no es otra cosa que 'sentir con'...
Sentarse frente al zapatero de un albergue es una gozada, una experiencia muy recomendable. Están los alegres peregrinos que llegan como si no les pesaran los kilómetros y casi las tiran desde lejos entre risas, los que llegan con la piel manifiestamente curtida por la crudeza de la jornada y también los que ni siquiera se atreven a quitárselas por cómo puedan encontrarse sus pies.
Sé benévolo. Pero no dejes de mirar. Sé analista. Pero nunca juez. Sé curioso. Pero siempre capaz de ir más allá de las preguntas que te pasen por la cabeza. Sé testigo de tantas actitudes como la vida genera. Pero jamás fiscal acusador de todo aquello que creíste conocer y de lo que el tiempo terminará demostrando que jamás tuviste ni puta idea.
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