No quiero más que remansar ese espíritu tan ajetreado durante el año. Como cuando de niño, al llegar el calorcito y asomar desde los cajones las camisitas de manga corta, me percataba que el tiempo ralentizaba su ritmo para permitir licencias impropias durante el curso escolar, cadencias y biorritmos al ralentí de una climatología benigna que auguraba pronto el camino a Valdelagrana. Y ahora, de nuevo, ya está aquí.
Ya no hay candidez que valga la pena. Por mucho que uno la necesite en medio de un mundo que no nos permite blanduras de espíritu. Pero junio siempre regresa al rescate de quien, aunque no disfrute las vacaciones hasta agosto, quiere sentir ya sobre su piel las gracias de un tiempo bien dado a los estímulos sensoriales. El almanaque está aún vacío, ya lo ves. Procura llenarlo de cosas buenas, aquellas que te liberen tras las angustias que quepan dejar atrás.
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