- Desterrar tutelas públicas. Así, evitaremos que nos regalen casas de hermandad y de paso los oídos diciéndonos lo magníficos que somos. De este modo, comprenderemos mejor que no construyen almas sólidamente cristianas las lisonjas que alguien querrá que nos merezcamos a posteriori, quizá queriendo comprometer nuestro voto. Este objetivo comienza a cumplirse desde que un alcalde especialmente cariñoso con nuestra causa dejó de ocupar el sillón de la Alcaldía y cuando una regidora que pecaba más bien por lo contrario también agotó su etapa en el sillón.
- Evitar accesos masivos a la plantilla municipal. Es feo, tanto para quien contrata como para el contratado. El primero cree torpemente que compra al colectivo dando trabajo a alguno de sus miembros más significados. Los segundos aprovechan la coyuntura con la legitimidad que siempre da la necesidad de empleo. Afortunadamente no todo lo que trae la crisis es malo: entre las bondades en este terreno se encuentra que ahora ya es imposible (además de indeseable, dadas las circunstancias) acceder a la plantilla municipal.
- Montar nosotros los palcos. Es muy bueno, pese a quienes me han venido diciendo que el Consejo ha "entregado la cuchara" o aquellos otros que se mostraron alguna vez partidarios de que no hubiera palcos o, peor aún, ni siquiera salieran las cofradías este año. Torpeza mayúscula, ante la sociedad, es dejarse llevar por una actitud que provoque que los que no nos quieren nos señalen como insolidarios en medio de la situación de crisis que sufrimos todos pero que en el Ayuntamiento es insostenible. Aunque el montaje no les costara nada.
- Negociar la situación de futuro. La aceptación del punto tercero de nada sirve si, tontorronamente, nos dejamos llevar por la resignación y no damos un paso más: invocar una negociación que nos haga (si no ahora mismo sí a medio plazo, cuando salgamos de la crisis) tener por el mango alguna 'sartén' que nos 'alimente' convenientemente. Todo ello, además, será mucho más laudatorio si dejamos siempre claro que lo nuestro es el Reino de los Cielos y no los apegos materiales. Al menos estéticamente, es muy recomendable.
- Volver a los orígenes. Aunque parezca una pérdida de cartel en medio de la sociedad, sería bueno comenzar a creernos que, en efecto, nuestros gozos son espirituales. Porque en realidad lo son para los cofrades de verdad. Es mentira que el mejor cofrade es el mejor alumno de Maquiavelo. Lo confirmo rotundamente. Tampoco lo es el que mejor pone una flor. Ni el que, como quien les habla, alguna vez ha trazado cortejos con tiralíneas. Es divertido, pero no es la esencia. Creedme. Volvamos a repensar qué es aquello que nos define.
- Ser felices. No hay otra. Yo, y espero que muchos otros también, jamás me inscribí en una hermandad para pelearme hasta con el lucero del alba. Para eso ya está el trabajo. A una hermandad se va a ser felices, a encontrarnos con personas que laten en la misma sintonía que nosotros, que hacen realidad ese co-fradierismo (ser hermanos mutuamente) que nos da nombre. Nos hace falta mirar más al de Arriba. ¿De los pasos? No, más arriba todavía. Preguntémosle a Él que le parece nuestra controversia de los palcos. Y que nos coja confesados.
De la serie 'Los caprichos', de Francisco de Goya y Lucientes. |
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