lunes, 6 de febrero de 2012

Los primeros colonos de Guadalcacín y Caulina se hacen sitio en la historia

Simón Candón y Juan Blanco, autores del libro. Foto de Esteban.
Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules, Paterna de Rivera y el propio Jerez son la cuna de los fundadores de los poblados que dieron origen a Caulina primero y a Guadalcacín más tarde. Aquella migración necesaria en estas localidades del interior de la provincia cuya despoblación por falta de recursos dio lectura local a los movimientos similares ocurridos en toda España en la primera mitad del siglo XX se fijó en los terrenos que, gracias a la política hidráulica franquista, era posible poner en valor.
Así nació el amplio tejido rural jerezano, cuajado hoy en día de pedanías y barriadas rurales que se esparcen sobre uno de los términos municipales más amplios del país. Y el libro 'Guadalcacín y Caulina, en relatos', aunque se centra en estos dos parajes, ilustra con fundamento el asiento histórico de estos núcleos de población que en su historia encuentran con facilidad la naturaleza de su presente y posiblemente también el origen de las dificultades que aún soportan hoy en día.
«Los primeros 21 llegaron en 1952», recuerda Simón Candón Sánchez, hijo de uno de aquellos primeros matrimonios de colonos (Rafael Candón y Juana Sánchez) y coautor de una obra que en el otro firmante de la publicación encuentra otro de los colectivos a los que es preciso acudir para entender el sentido de la puesta en marcha de aquellos poblados de colonización. Juan Blanco Rodríguez es ingeniero agrónomo del Iryda e Iara y fue el director provincial de este último órgano en Cádiz.
Presentado recientemente en Guadalcacín, entidad que el viernes asistió a una proyección que retrotrajo a los asistentes a aquellos años cincuenta, el libro es un dechado económico, sociológico y humano que estudia unos movimientos que, de inmediato incorporó a nuevos colonos llegados desde otros puntos como Espera, Bornos o Arcos. «No hubo ninguna colonización tan grande en España, desde los tiempos de Carlos I, como la que hizo el Instituto Nacional de Colonización», dice Candón.
«Llegaron desarraigados de sus pueblos y, sin conocerse, acometieron la difícil tarea de hacer causa común», explica con un cierto tono de épica de posguerra al respecto de los ingenieros, peritos, mayorales, guardas, tractoristas y demás interesados en aquella colonización. Antes llegaría Caulina, tierras hoy inmersas y diluidas en el casco urbano de Jerez, más allá de La Granja y hasta la actual Guadalcacín. Era 1916, y llegaban entonces a la zona las influencias de las experiencias holandesa y belga.
'Guadalcacín y Caulina, en relatos' contiene 359 páginas plagadas de fotos de labor en el campo, de vida precaria en los barracones y luego en las casas que configuraron el singular urbanismo agrario de nuestra tierra, de ganado, documentos y detalles que hacen justicia con aquellos colonos pioneros del actual Jerez rural. Y el estilo, fundamentado en relatos dirigidos en muchos casos a un tal Peneque, convierten las referencias históricas en el atractivo estudio de una realidad tan curiosa como importante para la ciudad.
La filoxera y el pantano
Los arruinados propietarios de los viñedos diezmados en el Marco como fruto de la acción de la filoxera están, según el análisis de Candón y Blanco, en el origen de una colonización de tierras que los llevaron a realizar un llamamiento al Gobierno central. «Se trataba de que libraran dinero para realizar el pantano de Guadalcacín, la transformación de aquellos secanos en regadíos impulsa a todos los poblados de colonización que nacieron en esos años en la vega del Guadalete», explican.
«Entre 1901 y 1906 hubo un sentir unificado de todos los jerezanos, reivindicando la construcción del Pantano de Guadalcacín, obra imprescindible para crear riqueza mediante la transformación en riego de 12.000 hectáreas que, desde el termino municipal de Arcos de la Frontera, llegarían hasta las puertas de Jerez de la Frontera», explican los autores en la presentación de la obra. Adentrarse en sus páginas es descubrir un rico patrimonio toponímico tan capaz de situar al lector en el terreno.
La Dehesa de Angulo, Sepúlveda, Dehesa de Potros y Quinientas, El Juncal, Las Pitas, la Dehesa Jerezana, la Torre de Melgarejo, mayorazgo o Morla asoman para dibujar los Llanos de Caulina que, aún distanciados del Jerez urbano, todo lo que podía serlo entonces, completan la tercera parte de aquellas tierras que habrían de beneficiarse de las aguas del pantano para salir de los límites de los secanos cerealistas de la época.
La Ley de Colonización y Repoblación Interior de 1907, el establecimiento de la colonia agrícola en 1911 o el estudio económico social que el Instituto Nacional de Colonización realizó en Medina, Alcalá y Paterna aparecen en el libro arbitrando la puesta en marcha de aquella gran operación cuya importancia parece olvidada.
(La Voz, 5-Febrero-2012)

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