A veces nos lo han de recordar. Lo reconozco. Puede que incluso con malas maneras. Pero es cierto que el sur existe. Más allá del tema de Joan Manuel Serrat, la llamada desde este punto concreto de la rosa de los vientos se convierte a menudo en un 'a modo' de sensibilización no siempre bien traída.
Nos quedamos, de hecho, a la altura del betún cuando abominamos de las pobrezas que nos llegan por abajo, y que tantas veces son un recordatorio certero de aquellas posiciones socioeconómicas que alguna vez tuvieron generaciones anteriores en esta tierra nuestra siempre con un norte más potente.
Y es el caso. Mil imágenes lo muestran. Estamos estos días ante las ansias de mejor vida para sureños hartos. Pero también ante algunas razones de desigualdad con los países desarrollados que, más allá de los complejos que estemos dispuestos a asumir aquí, también podemos hallar en sus propios destinos.
El clamor de África es un grito que bien podríamos intentar que no se perdiera en el desierto. Pero ya tardo en patalear por el escandaloso uso y abuso de gobernantes en origen que son los padres de las peores prácticas imaginables. Y lo de Ceuta es de juzgado de guardia.
Peor gobernados no pueden estar quienes se lanzan al Mediterráneo para salvar una frontera por impulso de quien los apremia y pone en peligro vidas solo por apretar al país vecino. Y creen tener razón porque pongamos la sanidad española al servicio de alguien que lo necesita. Aunque fuera su peor enemigo.
Marruecos tiene un problema serio. Lo tienen si pretenden enarbolar, con esos bárbaros resultados que vemos en los telediarios, pretendidas legitimidades cogidas con alfileres. España también tiene un problema. Lo tiene si, presos sus gobernantes de conveniencias baratas, no hacen lo que deben.
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