Pero un día algo pasa, una puntual desconexión quizá, un quéseyo cualquiera. Y es entonces, tal vez cansado de un trimestre de tan repetitivas cuestiones que hastían, cuando asoman ante la vista la piedras levantadas de una obra pública paralizada en las calles del centro de Jerez o la diatriba sobre un museo.
Es entonces cuando te das cuenta de lo bien que estabas confinadito en los asuntos peregrinos de una infección para la que no completamos la respuesta. Vacunas pido para los males de un mundo cansino, tremendamente aburrido, deshecho en el desasosiego que generan todas esas incompetencias de acá y de acullá.
A los 56 has visto y padecido lo suficiente como para entender que las cuestiones más absurdas nos seguirán comiendo todo empeño de salir de la situación para mejorar el mundo, con posibilidades constructivas de verdadero calado. Es entonces cuando concluyes que tanta memez junta sólo la arregla la extinción.
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