Hoy nos saluda julio. Lo hace con sus cacareados ecos de ola de calor aún por sentirse por estos pagos y una de esas operaciones salida que tantas veces pasan factura en el empeño de desvestir a la ligera hábitos cotidianos que se nos han hecho epidermis de difícil despegue.
Veo a algún buen amigo iniciando el Camino de Santiago, probablemente uno de los mejores métodos de abrazar las vacaciones resarciéndonos de lo diario como transfiguración efectiva si se plantea bien la experiencia. El empeño personal puntúa siempre pero la colaboración del lugareño ayuda.
Os presento a Pepe. Su bar en el centro de Padrón es, a las cinco o seis de la mañana, cálido punto de partida para la etapa última de la ruta portuguesa. Cuando Compostela está ya en el horizonte, el desayuno en su casa, a apenas unos metros del albergue, sorprende.
Las fotos, los libros de firmas o las banderas que exornan el local demuestran que había algo más que operación comercial en su ofrecimiento de la tarde antes, sólo un rato después de haber llegado a la cuna del 'pedrón' en el que se dice amarraron la barca con los restos del Apóstol.
Luego llegas de vuelta, pasan los meses y las sonrisas pueden torcerse con todo aquello que en camino parece no afectar pero que aquí se hace losa lapidante. Es entonces cuando compruebas que esto no consiste en que dejen de asomar de nuevo actitudes mezquinas en tu entorno.
Recibes, asumes, admites, toleras las situaciones con otro talante. Te ves dotado de mayor paciencia. Observas que el aire sólo se enrarece a tu alrededor si tú lo permites. Contemplas las situaciones beligerantes o meramente molestas con un silencio, por ejemplo. Y el camino sigue.
Me acuerdo de Pepe. Cobrados los desayunos, a qué preocuparse por esos extraños andaluces? Que les dieran morcilla por esos andurriales que aún les quedaban pendientes. Pero no fue así. Quién comienza su jornada, antes que amanezca, con esa cara, con esa actitud?
Querido Pepe, ole tú! Hoy, en mi tajo laboral, asumo la realidad de una cotidianeidad distinta. Y afirmo categóricamente que, en ninguno de los ámbitos de mi vida, hay nadie capaz de jorobarme el día. Ni por asuntos materiales ni por aquellos otros que osen cruzarse en mi existencia.
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