Creí no tolerar jamás ese tipo de vanidades que, ya desde el propio vestuario, se encargan de dejar claras determinadas intenciones rotundamente confirmadas en cuanto el personaje abre la boca. Pero sólo lo creí. No era cierto. Siempre hice una excepción con nombre y apellidos de galán de nuestro cine que, porque el puñetero realmente mantuvo su planta hasta sus últimos días, nunca necesitó dejar de serlo.
El actor Arturo Fernández tenía poco que ver con nada desdeñable que pudiera achacarse a semejante ponderación de la belleza y elegancia propias. Sinceramente lo digo, que a nadie que no fuera él se le ocurra aparecer ante mí que tales trazas petulantes porque saldrá trasquilado. Y, ahora que acaba de dejarnos, más valoro y más entrañables me resultan sus menciones a los talentos que la vida le regaló.
Descansa en paz, admirado "chatín". Habrá quienes, tal día como hoy, te desearán cosas como que la tierra te sea leve. A mí, sin embargo, me parece una ordinariez que se ensucie tu impecable traje con ella y prefiero imaginarte entrando, sobre alfombra roja por supuesto, por esas puertas que custodia San Pedro a quien, estoy seguro de ello, engatusarás con alguno de tus piropos para que favorezca tu acceso.
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