Razones muy obvias me colocaron el viernes en lugar próximo a la noticia de un veto periodístico. El alcalde rechazaba la invitación de un medio alegando ofensa que, de existir, lo era a nivel personal sobre su formación y no agravio institucional alguno. Y, desde luego, jamás nacida en la instancia a la que negaba la entrevista pretendida por mi compañero.
No quisiera valorar más allá de lo justo la torpeza que, analizado el asunto desde la perspectiva profesional que cualquier estrategia de comunicación reclama, supone un veto en pleno siglo XXI. No creo que haga falta. Tampoco me adentraré en lo sorprendente que resulta llegar al frente de nuestras instituciones públicas con cualquier falta de información como la denunciada.
Me quedaré en la puridad de un debate que, diferencias ideológicas a un lado, deja con el culo al aire a quienes, abanderados de lo que llaman democracia real, terminan haciendo que la vuelta de tuerca con pretensiones de pasos de futuro nos lleve de nuevo a posiciones añejas y rancias, desprovistas de toda legitimidad y carentes de toda lógica que ahora nos entre en la cabeza.
A partir de ahora, señor González, sólo cabe una cosa. A mi humilde entender, al menos. Y me cargo de todo respeto para dejarlo dicho: no dilate usted más ni el levantamiento del veto a mis compañeros de Cope-Cádiz ni el cara a cara con Carlos Herrera. Hágase un favor a si mismo y recupere al menos una parte del crédito perdido con esta historia concreta. En otros blasones que ya atesore... ni entro.
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