Si os he de decir la verdad, inocente... lo que se dice inocente... dejé de serlo hace mucho. Que intentar ser bueno con la gente, como me enseñó aquél que me falta desde hace hoy cuatro años, no tiene nada que ver con esa acepción de inocencia que incorpora el riesgo de no enterarte de cuando te dan coba. E, insisto, no es la peor inocentada la que te mantiene engañado tontamente un ratito, como ya dejé escrito.
Llega el final de 2014 y, cuando uno hace un parco amago de repaso de doce meses cruciales en mi existencia, no tiene más remedio que esbozar una sonrisa entre la complicidad conmigo mismo por lo vivido y el sarcasmo contenido ante experiencias atesoradas entre los sacrificios de los ajustes económicos, las dificultades de la sobre exigencia profesional y las vivencias personales que más me hayan curtido jamás.
Me dicen que 2015 es mi año. Y estoy convencido de ello. Víctor Boc o Rhonda Byrne me han venido ilustrando sobre teorías que me hacen protagonista directo en la atracción de todo lo bueno o malo que me pase en la vida. Ahora estoy dispuesto a no esperar aquello que desde un nuevo 1 de enero me quiera ser regalado por el destino. No. Ahora estoy preparado a ir a la caza de aquello que me considere ganado a pulso.
Pero aún no se ha ido éste en curso y no quería que se me escapara de las manos sin agradecerle cuanto me ha enseñado. He leído mucho sobre lo horroroso que 2014 ha sido para más de uno. Y no negaré que a mí también me ha dado fuerte y flojo pero, sobre todo, he de proclamar no sólo que la 'Revolución de los 50' en la que me ha inmerso me ha permitido una revisión de vida sino que, atención, ésta aún no ha terminado.
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