Suena a barbaridad. Pero habrá que ir pensando que esa posibilidad del título nos acecha. Se lo escuché hace un par de días al escritor, y otras cosas más, Fernando Sánchez Dragó que, al albur de sus experiencias orientales y analizando el actual desarrollo chino, mencionó que la crisis en Europa nos lleva irremisiblemente a que nos superen bloques de países emergentes y que el viejo continente quede rezagado al Tercer Mundo.
Suena a barbaridad. Cierto es. Y que la autoridad a la que hay que acudir para encontrar la afirmación sobre tan inesperado final a la actual e interminable crisis sea el susodicho no deja de provocar una sonrisa que alivia del primer susto. Pero luego se queda uno pensando y comprueba que Occidente languidece, que Brasil se convierte en locomotora en Latinoamérica y que por el este hay varios crecimientos espectaculares.
Suena a barbaridad. Pero la vieja Europa solo se desploma. No sabe hacer otra cosa de un tiempo a esta parte. Merckel, Holland, Rajoy, Monti y compañía se devenean los sesos sabiendo apretar con recortes más que moviendo al crecimiento económico y nuestros bolsillos van ya camino de parecerse a los de nuestros abuelos a nuestra edad. Y es entonces cuando la hipótética falacia del mencionado personaje cobra cuerpo.
Suena a barbaridad pero no sería mala cosa que comenzáramos a trabajar, y ello sirve por igual tanto para la macroeconomía como para la cuestión de los dineros dimésticos, desde la perspectiva de una posibilidad innegable si se considera que todo lo que sube baja, todo lo que se encarece termina rebajado, todo lo que tuvo lustre y esplendor acaba alguna vez bajo mínimos, todo lo que vivió del alarde está condenado al batacazo.
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