lunes, 27 de enero de 2025

Mi tren

Aún los recuerdo con un cariño de ésos que remueven episodios infantiles convirtiendo las dificultades en dulces recuerdos. El madrugón preciso para que el Ferrobús nos dejara en el pueblo de la abuela y mi tío, el lento traqueteo de aquellos vagones llenos de infantes de marina, el anuncio de venta de mostachones, el trajín, los churros...

La convicción que se gana cuando al fin en tu asiento sabes que estás donde debes llegaba tras superar pruebas y una cierta mortificación. Como la vida misma. Como my way. Semper itinere. Entonces, ahora y siempre. Y haber encontrado mi destino, mi medio de locomoción, mi vagón, mi sitio... mi vocación, es de una alegría incomparable tras el infierno.

A los sacramentos y la dirección espiritual ganadas en su momento, la comunidad de referencia se sumó tras picoteo aquí y allí. Un plan de vida, unas normas de piedad, una formación, unos retiros... Y una carta. Mi tren, sin reservas. Con el Señor llamando y mi fiat confiado. Y ahora no faltan los que me miran raro. Sea lo que sea, presto al apostolado.

Traquetea mi tren porque nada bueno se dijo nunca del provecho, en términos de crecimiento, atribuible a la comodidad. Pero traquetea tan acompasadamente como aquel Ferrobús setentero que terminaba llegando al destino sí o sí. Bendito sea Dios que llama a la santidad a aquél que coqueteó con el demonio, aquél que crece en humildad y vocación.

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