domingo, 12 de enero de 2025

Ut sit!

"Señor, que vea!", me decía con tal insistencia en aquel verano de 2023 que, vistos los frutos de lo desencadenado, no he dejado de convertir en jaculatoria común y cotidiana. Y, así, me procuraba unos pasos que, entonces, cuando el post Cursillo de Cristiandad me llevó hasta Huerta, comencé a dirigir hacia posibilidades impensables hasta aquel momento.

Hallé ascetismo más allá de lo que señalaba de siempre mi propensión hacia ciertos modos de penitencia procesional. Me alimenté de mística en lecturas exigentes que aún preciso seguir rumiando para intentar entender mejor. Oración, sacramentos, lectio divina, comunidad, trabajo en la huerta... Vida monástica gratificante desde las privaciones procuradas. Y con todo...

"Señor, que vea". Pero, ¿para qué? Había que seguir buscando. Y, aún tan enamorado de la vida contemplativa como soy, entre aquellos muros sorianos era cada vez más consciente que me quedaba tarea fuera. A medio camino entre el bálsamo trapense y la sensación de deuda en la calle era preciso encontrar un medio camino que parecía imposible.

"Ut sit" completaba la jaculatoria. "Domine, ut videam! Ut sit!", "Señor que vea; para que sea". ¿Ser? Sea lo que Dios quiera. El caso es que ello me ponía en la dirección correcta. También lo hacía mi admiración por la vida monástica y mi necesidad de estar enmedio del día a día cotidiano. "Contemplativo enmedio del mundo", San Josemaría dixit. Dirección confirmada.


miércoles, 1 de enero de 2025

Domine ut videam!

Es, cada 1 de enero, día de propósitos. Pero no equivocaros. Lo que en estos momentos está empezando a ocurrir es mucho más que ello. Doy por iniciado con estas lineas el relato de cómo mi alma incandescente ha resuelto, resuelve y sigue descubriendo claridades. Otrora convulsa, ahora se carga de una fortaleza y esperanza más que justificadas.

Acabo de leer, mirándome en el espejo de alguien ejemplar del que ya os iré hablando, alguno de mis propios pasos, aquellos que aún necesitaba terminar de entender. Son los suyos de hace algo más de un siglo, pero me admiro de algún paralelismo en el discernimiento. Y mi vocación, ya declarada, emparenta más nítidamente con esa otra con la que me abrazo.

Todo se iniciaba, en mi caso, cuando una vida convertida finalmente en desierto espantoso comenzaba como aquella supuesta redención de colapsos anteriores. Rubios vientos, sonrisas expansivas, evasiones gratuitas y, poco a poco, prestaciones a una sintomatología requerida de atenciones, sutiles egoísmos y, finalmente, niñateos inesperados.

Pero vamos a lo mollar. Crujían mis entrañas resoluciones imprescindibles cuando, con cara desfigurada, comencé a correr hacia el sagrario cada vez que un pellizco me apretaba el pecho. Eran, en el otoño de 2022, aquellos momentos de la demoledora injusticia que declaró esa guerra desordenada en mi alma. Y llegó el inicio del 23 con la brisa de una falsa esperanza.

Pero la semilla ya estaba en su sitio. Y, cuando hace dos junios un cursillo me hizo abonar mi fe y el compromiso, el camino ya estaba iniciado. Duro y largo aún, pero en marcha. Semper itinere. Y así fue como corrí hacia el monasterio trapense de Huerta, sacramentos y dirección ganados, para buscar respuestas. "Señor, que vea!" era mi jaculatoria permanente.

Aquel "Domine, ut videam!" de San Josemaría, cuando Carmelitas Descalzos impulsaban en Logroño su espiritualidad aún sin poner foco en un propósito más claro, me recuerda el mío entre Cistercienses de Estricta Observancia. Pero percibo que mi desnortamiento ha superado con mucho al suyo. O quizá sea la admiración por la santidad que uno querría.