Qué modo de imponer que cesara la ovación que estaba recibiendo por el Goya. Le sale el sobrio hijo de Chinchón y todo éxito se le queda en una buena cosecha de ajos.
La última película que le he visto tiene que ver con aquello de encaminarse hacia el final de sus días: 'El muerto y ser feliz'. Vaya peli. Decrepitud estética y moral. Cuánta verdad!
Y anoche, antes de coger su cabezón de honor, la gran pantalla del escenario de Valencia enseñaba su amplísima filmografía, sus comedias, sus dramas, sus cosas todas...
Ya advertía el interfecto en la alfombra roja que todo aquello se le escapaba, que los ruidos y postureos no iban con él. Aunque no lo dijo así, que es sincero pero educado.
Pero yo lo supe interpretar. Enjuto de cuerpo, de rigores faciales muy expresivos y de una profesionalidad incomparable, Pepe Sacristán está de vuelta. Y da gusto escucharle.
Pero, atención, que escucharle no es sólo colocar el halago previo en los labios como la cruz de guía bajo el dintel a la espera de la salida. No. Terminaría dándonos un capón.
Me está pareciendo que, por momentos, se acerca cada vez más a los "a la mierda" del maestro Fernán Gómez. Y me encanta. Me encanta porque escucharlo es otra cosa.
El hijo del Venancio parecía ayer solo dispuesto a explicar al progenitor asomado al balcón del cielo que no había tenido mala cosecha. Cosas de él. Cosas de Chinchón.
Cosas de esa honradez que ya no se lleva y que se reviste de sobriedad clamorosamente tentada a la mala respuesta para aquellos que se lo merecen. Cuánto te admiro, Pepe!
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