Y, junto a la cama ocupada por el ser querido, el ánimo que se serena tras día tan intenso es un premio para quienes vivimos, cada vez más, gozando de las botellas medio llenas. Es entonces cuando la noche no es oscura. Ni confunde, como afirmaba aquel personaje que buscaba achaques a sus desmesuras.
Ahora pasan mil escenas por mi mente y otros tantos minutos en mi reloj. Apenas la luz de la pantalla que regula el gotero, en un rincón. Y la de la rendija del baño encendido, en la otra. Pero la noche es luminosa. Cosas de esa necesidad del pensamiento sosegado mientras observo normalidad en la paciente.
Avanzan las sombras sin conseguir, pues, esa pretensión oscurecedora que la trae al final del día. Más negros los presagios que sugiere los temas que Expósito desgrana a través de la radio. Pero, botellas medio llenas siempre, lo que me llega a través de los auriculares tampoco consigue imponer la desazón.
Hay noches para pensar percibiendo los brillos pendientes de catalogar en el día a día de tan inútil correteo, mucho más improductivo que esta espera junto al lecho del dolor. Aquí se masca la vida. Sí, entre goteros, enfermeras velando por la salud y eficaces auxiliares repartiendo infusiones de media noche.
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