Pero ya entonces entendí que si no liamos a la gente con más de un nombre para un mismo vial, que necesita inequívocos referentes para el correo postal o el padrón, mejor que mejor. Luego viví en un lugar cuya dirección lo mismo era María Auxiliadora, que Comedia o José León de Carranza, pero eran calles distintas.
El caso es que en cada duplicidad o triplicidad de nombres se esconde un cambio al dictado de gustos o voluble visión de un personaje sea cual fuere. Y, además, hay tantos de personalidades admirables para callejones horrorosos y otros de menor talla para avenidas y plazas que todo se relativiza.
Las calles necesitan nombre porque hay que identificarlas. Uno, y punto. Todo lo demás es convertirlas en cuadrilátero cutre de batallas ideológicas. Y bajo esa corta mirilla no queda sino acumular placas una sobre la otra. Ahora toca a los viales a nombre del Emérito. Y a mí, con respeto a todos, me parece una chorrada.
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